miércoles, 22 de abril de 2015

¿Museos multifuncionales?


Hay museos que parecen tener clara su misión, aunque solamente sea de manera intuitiva o por costumbre de hacer las cosas de determinada manera, la cual por azar resultó ser correcta, y hay museos que ni siquiera saben que se puede tener una misión. A veces los museos ni siquiera participaron en la configuración de su misión, por llamar de algún modo al hálito que inspiró su creación, pues ésta les vino impuesta por la habitual conjunción de intereses y ocurrencias que tantos museos ha creado en los últimos tiempos.
Esta indefinición, en lo que a la misión se refiere, parece una situación en la que muchos museos parecen encontrarse cómodos pues corren el riesgo de que, al plantearse para qué existen, se den cuenta de que nunca debieron haber sido creados o, lo que es peor, que quizá no tenga sentido que sigan existiendo. Plantear la mera cuestión de la continuidad de algunos museos parecería una postura iconoclasta si no fuera por la necesidad de hacer un esfuerzo de reflexión que asegurara la subsistencia de estos proyectos; muchos de ellos escasamente sostenibles o carentes de trasfondo.
La carencia de una misión, que señale para qué existe, hace que muchos museos desarrollen actividades destinadas al público que no parece que tengan relación con ella, al menos con la que entiendo que debería serles propia; y esto es cada vez más frecuente en determinados casos. A veces estas actividades son esporádicas, lo cual es beneficioso para la imagen y el propósito del museo pues proporciona frescura, variedad y complemento a una programación valiosa. Pero otras veces esas actividades se tornan en extemporáneas por la obstinación de sus responsables en mantener una oferta en su entorno; esta insistencia muchas veces se reduce a imitar modelos que han tenido éxito en otros lugares. Y ya sabemos que las copias nunca pueden sustituir a los originales, ni la acumulación de eventos convertirse en programación cultural.
Este planteamiento me parece inadecuado pues con él los los museos solamente recurren a un modo rápido y facilón de mejorar sus estadísticas, en un modelo de trabajo que simplemente deriva en autoengaño, ya que tiende a identificar el éxito en la concurrencia con un aval de la actividad por parte del público; ¿les suena esta interpretación? Es, ciertamente, propia de políticos.
Nos hemos acostumbrado a mantener que si una actividad congrega mucha gente está claro que el evento es atractivo y que podremos repetirlo una y otra vez mientras mantenga ese éxito. Pero claro, la trampa se encuentra en creer que la gestión del centro es acertada si solamente la analizamos desde el punto de vista cuantitativo y la justificamos en función de una pretendida difusión y promoción del centro. La falacia, en este caso, está en pretender que una mejor difusión y conocimiento del museo reside en la mera presencia mediática; el caso reciente de la pista de pádel en el anfiteatro de Mérida es ejemplo de ésto e ilustra muy bien en este caso sin tener que señalar casos similares en museos. Que los hay en abundancia.
Unir deporte con museos, cocina y alimentos con museos, conciertos con museos, libros con museos, ciencia con museos, bailes con museos, tratar de explicar la historia con clics, con plastilinas o maquetas sin aportar un discurso expositivo adecuado, destinar los espacios del museo a recolectar fiestas de cumpleaños y eventos parecidos, etc…, puede ser válido y recomendable si tiene que ver con la misión y los contenidos del museo. Pero desvirtúa y vacía el contenido del centro cuando responde a intereses espurios del titular o del director, cuando se compite por el público en un mercado de ocio que es tangencial al museo y cuando, sencillamente, se hace sin aportar nada a la experiencia como un recurso para llenar las salas. Es más, supone una competencia con otros espacios en la que el museo no debería entrar, a riesgo de perder terreno propio.
Foto @jl_hoyas

En la actualidad muchos museos adolecen de horror vacui en su calendario de actividades y en sus cifras de resultados. Las soluciones que algunos adoptan nos hace temer que, cualquier día, nos demos cuenta de que el museo que apreciamos se ha convertido en un centro cívico (en el sentido que normalmente le atribuimos), en un centro multifuncional donde se diluyen sus funciones. Y esto no tendría por qué ser malo donde haya un déficit de infraestructuras culturales, pero es una postura que genera escaso beneficio en lugares donde el “evento” se entiende como un objetivo final, en lugar de ser uno de los medios utilizados para alcanzarlo.
La cuestión está en saber si esta situación se debe a una falta de recursos o si se debe a un déficit de gestión o de competencia profesional. Si los museos desconocen cuál es su misión tendríamos que reclamar que se empeñen en definirla.

miércoles, 15 de abril de 2015

Museos de temporada


Los primeros meses de cada cuatro años son época de museos, del mismo modo que hay época de setas o temporada de berros. Si me apuran, podría decir que me parece que también es momento de tarugos, pero eso es una senda por la que es mejor no continuar.

Es habitual ver en la prensa una multiplicación de noticias sobre museos que hablan de inauguraciones, reaperturas, presentación de programaciones, balances, cifras comparativas y, muchos, muchos proyectos de futuro. Todas ellas como anticipo de un inminente paso por las urnas y producto de la avidez del político por exhibir trofeillos culturales y por significar su profunda preocupación por la vida cultural del reducto geográfico por el que culebrea. No faltan siquiera los llamamientos para ayudar a museos en horas bajas, las peticiones de depósitos de fondos o los requerimientos para la colaboración, sobre todo económica; en este caso porque cualquiera sabe que ahora es el mejor momento para el mercadeo. Las más de las noticias son esa suerte de publirreportajes que publican esa prensa cuya publicidad se sufraga con dinero público, y las menos son esas críticas u opiniones que no interesa publicar ni gusta leer, como pasa siempre que se hace notar que el emperador desfila desnudo.

España también sufre por encima de sus posibilidades en materia de museos. No hace mucho Santos Mateos recordaba la frase de Vicent Todolí:  “ningún museo en el planeta -ninguno- gana dinero [...] todos pierden. Y no ganan dinero porque tampoco es su objetivo”. Aceptando la mayor (y sin entrar a detalle y debate), que no tengan como objetivo ganar dinero no es excusa para que lo pierdan o lo despilfarren, sobre todo si lo hacen por mala o nula planificación, por una orgiástica concatenación de planteamientos que parecen no tener padre, pero que a muchos aprovechan. Se trata siempre de proyectos que vienen siempre de arriba abajo, de los que se pergeñan en bares o saraos, y que carecen de la mínima base para proporcionar estabilidad al centro museístico que se pretende crear. Como decían por ahí “a las ocurrencias hay que procurar matarlas de pequeñas, pues si las dejas crecer te acaban devorando”.


Foto tesoro del Museo de Zamora, extraída de http://www.museoscastillayleon.jcyl.es/

Llevo un tiempo observando la casuística en Castilla y León (que, supongo, no difiere mucho de la de otros lugares)  y, a falta de una reflexión más profunda como la que Manel Miró reflejaba acertadamente aquí, la sistematización de una inmensa mayoría de los centros es siempre la misma:
  • La apertura del centro museístico no depende tanto del número de habitantes de la población en la que se asienta como de la existencia de un contenido que, con mayor, menor o inexistente coherencia, justifique el museo. En muchas ocasiones se produce en poblaciones que han perdido pujanza económica por la desaparición de la fuente tradicional de ingresos (actividades agropecuarias, pequeña industria, explotaciones...).
  • Con relación a esto, el contenido que “arma” el proyecto puede ser material o inmaterial; todo vale. Desde la existencia de modos tradicionales de producción (tejidos, alimentos y cántaros variados lo más habitual) hasta la existencia de una colección relacionada directamente con el patrimonio cultural (santos, celebridades de todo pelo y casas donde vivió…), pasando por la disponibilidad de fondos procedentes de un coleccionista (radios, coches antiguos y sus variantes se llevan mucho esta temporada) o de un artista (estos son muy peligrosos por su ególatra insistencia y su ascendencia sobre las autoridades), y sin olvidar los centros de interpretación de algo.
  • El continente será un edificio recuperado o a recuperar: siempre, y digo bien siempre, gracias a fondos públicos europeos (PRODER, FEDER…) y dotado gracias también a más fondos (FSE). No olvidemos fondos regionales, ni provinciales.Una falta crónica de planteamientos museológicos previos, a veces ni siquiera profesionales, resueltos generalmente por empresas no especializadas con museografías más vistosas y pseudotecnológicas que efectivas.
  • Compartición del espacio del museo con otras dependencias municipales (turismo, biblioteca, centro cívico) y actividad cultural acorde.Presentación a la prensa, eso sí, muy cuidada pero muchas veces con escasa repercusión debido a la rápida sustitución de las noticias en los medios digitales. Este impacto menor se intenta corregir mediante la asistencia a todo tipo de convocatorias y ferias turísticas y patrimoniales, o mediante la presencia en las inauguraciones de políticos o famosos de medio pelo.
  • Y lo que es peor y muy común: existencia de presupuesto para la puesta en marcha pero sin estabilidad presupuestaria ni plan de viabilidad, entendido éste como el documento que debe describir los recursos necesarios para poner en marcha el centro museístico, y los costes de producción o mantenimiento de su funcionamiento y fines, así como su rentabilidad social y cultural (art. 22.1 de la Ley de Centros Museísticos de Castilla y León). 

¿Y por qué hay quien llega de manera tan fácil a la conclusión de que hay lo que necesita el pueblo es un museo? Los argumentos son sencillos:
  • El museo supone,en una mediana población, la guinda en la labor cultural de sus responsables políticos. Como institución prestigiosa su creación es incontestable y sirve como elemento propagandístico de primer nivel, tanto de cara a sus conciudadanos como ante los compañeretes del partido.
  • Asimismo, la creación del museo se identifica con la identidad de la población. Se trata de exacerbar una especie de micronacionalismo localista que utiliza al centro como referente de la comunidad, con la intención de aglutinar a la ciudadanía y presentar a los visitantes foráneos los logros pasados y la proyección a la que aspira la colectividad.
  • El centro será un pilar de la recuperación económica de la zona sobre la base de la atracción turística, partiendo de la creación de un recurso patrimonial que genere visitas y, en consecuencia, puestos de trabajo e ingresos económicos. Sin embargo este modelo es muchas veces falaz, pues el recurso inicia su recorrido desde cero y el arranque suele agotar la mayor parte de las fuerzas con las que se contaba. Ni que decir tiene que el número de puestos de trabajo creado es escaso, sin profesionalizar y precario, y que la inyección económica suele ser menor que la prevista. Es más, el museo puede ser capaz de corroer el presupuesto del municipio.
  • El museo acaba demostrando escasa capacidad de atracción, siempre menor de la prevista (museos que esperan 30000 mil visitantes en su primer año de vida venden como exitazo la llegada de apenas 5000 ¿qué esperaban? y dan botes de alegría por un centenar de personas en algún período vacacional). Como mucho añade valor a la oferta cultural de la localidad, pero como su oferta es poco más que el nuevo museo entramos en una espiral que no lleva a buen término. 
  • La aventura no suele tener consecuencias políticas. Los votantes suelen ser benévolos con estas iniciativas pues la localidad adquiere cierta visibilidad, se perciben visitantes y algún impacto económico. Sin embargo, nadie osa auditar los resultados del museo, existe escasa transparencia en la gestión y, cuando existe, se basa en la difusión de noticias cuantitativo/comparativas del número de visitantes en las que se trata a las estadísticas como si fueran indicadores. Lo peor es que a veces se reincide en el error.
Foto By Brocken Inaglory. The image was edited by user:Alvesgaspar (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/)], via Wikimedia Commons
¿Hay alguna manera de atajar esta burbuja, o de mitigar sus estragos al menos? Veamos:
  • La voluntad de crear un nuevo centro museístico debe partir de una prolongada reflexión sobre su oportunidad y viabilidad que derive en una seria planificación. Para ello es imprescindible la participación de profesionales en la definición de la misión del futuro museo y en la posterior redacción del plan museológico. 
  • Más allá de colaboraciones económicas (no soy partidario de subvenciones) el apoyo de las administraciones autonómicas debería centrarse en colaboraciones técnicas y en el desarrollo de herramientas que permitan una mejora funcional en los centros y su gestión sostenible. 
  • En consonancia con lo anterior cabría demandar una mayor cualificación profesional, bien a partir de la participación de personal capacitado, bien a partir de la mejora del existente gracias a cursos de formación, o bien ambas cosas.
  • Fomento del trabajo bajo criterios de transversalidad y cooperación entre instituciones y centros, y estimulación de una cultura de actuación en red con la generalización de órganos comunes y participación responsable.
  • Transparencia como criterio básico de cualquier actuación. 

Evidentemente hay ejemplos significativos de museos con una trayectoria impecable y, seguramente, son más los museos bien gestionados que cumplen su misión que los proyectos museísticos que fracasan. Sin embargo sospecho que estos últimos son más de los que la sociedad puede permitirse y que si rascamos un poco la superficie encontraremos aún más. No debemos conformarnos con esta situación y para ello seguramente sea bueno iniciar un debate. Eso sí ¿dónde? y ¿quién?