martes, 6 de junio de 2017

Sobre el binomio museos y turismo. Te lo digo desde el escepticismo


Recientemente se ha publicado en redes sociales una reseña relativa al programa cultural de Susana Díaz de cara a las primarias de su partido. Un análisis interesante sobre lo que dice el programa lo tenéis en este artículo, donde se dice algo que comparto: “El mal de Susana Díaz está muy extendido en la política y la sociedad: la cultura no importa, es algo accesorio en el mejor de los casos. Se afianza la idea de que solo es eficiente el beneficio”. Y ello me permite reflexionar sobre el asunto de los museos y el turismo y, en definitiva, sobre la mercantilización de la cultura.

La cosa parece venir de la generalización de los recursos culturales como un segmento específico del mercado turístico, igual que se promocionan la naturaleza, la lengua o los negocios como destinos específicos. Siempre en relación con los nuevos intereses de la sociedad, que demanda estas experiencias como fundamento o complemento de sus viajes como efecto, entre otros factores, de la democratización cultural, la educación patrimonial o la generalización del ocio como derecho básico. Sé que esta explicación es reduccionista pero creo que sirve a los propósitos de entrar en materia.

En el marco de esta dinámica de oferta y demanda del producto cultural, la visita al museo se presenta como una simple mercancía, sometida a los flujos económicos, a las variaciones del mercado y del consumo y a las exigencias del marketing. Evidentemente su posición en este ámbito no puede evitar que se convierta en un factor de desarrollo económico y es en este punto, en la selección subjetiva de esta característica concreta del museo, en el que la política (muchas veces arrogante en su ignorancia y liberal en su beneficio) fabrica la idea de que el museo es un mero instrumento de creación de riqueza al servicio de una estrategia económica basada en el turismo, y en ese horizonte se enmarca el binomio entre museos y turismo que tantas confusiones genera. Una asociación tan forzada como esa tendencia organizativa que, por motivos de eficacia administrativa, hace que la cultura se asocie con otros ámbitos con los que tiene puntos de contacto como la educación, el deporte, el bienestar social o el turismo.

Si me preguntan sería más partidario de unir el turismo con la industria o el deporte con la sanidad, e incluso haría transversal la educación y el bienestar social; pero dejaría la cultura en una estructura independiente sin dudarlo. Probablemente estas uniones respondan a apreciaciones ideológicas, muy personales, que nos permiten adivinar el concepto que se tiene de la cultura en cada momento y lugar. No obstante, la apreciación de quién une qué la dejo a vuestra subjetividad.


Foto de pixabay CC0 Public Domain
A partir de nociones de este tipo, que olvidan que el museo tiene misiones concretas y funciones complejas, se propone una visión del museo que lo concibe meramente como un espacio escénico, como un espectáculo de relleno, como un factor accesorio al servicio de intereses economicistas. En esta escenificación vale todo, desde el abandono de la misión del museo en favor de la programación hasta la falta de planificación previa a su creación.

Estos planteamientos se construyen a menudo sobre falacias recurrentes que se inspiran en términos como retorno, interculturalidad, o regeneración urbana y que tienen como referente al célebre efecto Guggenheim. Sin embargo, la voluntad detrás de los proyectos creados a imagen de este efecto no se apercibe de que lo que responde a una opción política concreta, en un momento y lugar determinados, con un producto en el marco de actuaciones de mayor espectro y que tiene buenos resultados, no sirve para todos los casos y muchas veces solamente tiene éxito en el imaginario mediático, sin estudios que apoyen el análisis. Es evidente que no existe interés por estudiar científicamente la cuestión y que el rendimiento buscado se encuentra solamente en las fotos y titulares en prensa, en proporcionar mensajes sencillos que sugieren buena gestión y excelentes resultados futuros. Naturalmente nadie cuestiona estos o aquellos, ya sea el medio periodístico que los reproduce literalmente, ya sea el receptor del mensaje quien los jalea o denosta con pulcra adhesión a su propia ideología.

Un ejemplo de lo que expongo se observa a menor nivel en el producto turístico que surge en cada nueva campaña, como las aperturas extraordinarias de monumentos, las rutas temáticas o las tarjetas turísticas. Los hay de muchos tipos y no dudo de que respondan a necesidades concretas detectadas mediante análisis, que se han planificado cuidadosamente y que suponen un esfuerzo organizativo importante. Pero su eficacia me genera muchas dudas porque siempre se realiza un gran derroche de energía para presentarlas y para demostrar los ingentes recursos utilizados para ponerlas en marcha, pero nunca se centran en la publicación de sus resultados efectivos y sus comparativas en el tiempo. ¿O habéis visto vosotros cifras de usuarios de tarjetas y rutas turísticas, o el número de personas que entran en los monumentos y todo ello comparado con otros períodos? Llevo tiempo pendiente de estas cosas y yo no las suelo ver.

La justificación a esta forma de actuar se nos explica por la necesidad de ofrecer productos culturales en el mercado turístico, aprovechando la demanda que se genera sobre ellos. De este modo, se dice, estamos fortaleciendo una economía que contribuirá a financiar la custodia y mantenimiento del patrimonio cultural. Pero lo que en teoría es una opción magnífica acaba quedándose en nada en la práctica, porque no es habitual que los ingresos derivados del turismo cultural repercutan directamente sobre los activos patrimoniales en los que se encuentran. Y esto es porque en el caso de los bienes dependientes de administraciones públicas no existen garantía de que se destine el ingreso al mismo bien, y en el caso de los bienes privados los ingresos apenas sirven para asegurar la apertura del bien, debiendo recurrir a otras fuentes (nuevamente públicas en muchos casos) para mantener en buen estado el monumento. Me dirán que al final y al cabo, la afluencia de turistas y los retornos económicos acaban repercutiendo sobre el bien y su entorno. De acuerdo, pero sería mejor que esta cuestión se garantizara de una vez por todas y que la anhelada ley de mecenazgo fuera efectiva en lugar de ser un animal mitológico.

Otra de las cuestiones que suelen plantearse en esta concepción del museo como foco de atracción turística es la idea, firmemente defendida, de que los museos generan un importante desarrollo económico local y regional que conlleva retornos importantes en forma de empleos, valorización y recuperación del entorno geográfico inmediato, mejora de los servicios esenciales y elemento de cohesión territorial. La verdad, parecen demasiadas responsabilidades para el museo, una institución pequeña y la mayor parte de las veces pobremente dotada. Hablando en términos generales es curioso que el museo, a pesar de que sea siempre deficitario en personal, poco dotado instrumental y tecnológicamente, que destina pocos medios a la mejora formativa y a la diversidad profesional y que presta poca atención a sus públicos y a la experiencia de la visita, sea un agente tan importante como para generar múltiples puestos de trabajo, transformar el ámbito en el que se inserta, prestar servicios públicos de calidad y reducir problemas de desarraigo y despoblación.

Particularmente me cuesta ver esta potencialidad económica en mi entorno inmediato; y no será porque no tenga suficientes ejemplos de museo a mi alcance. Sin embargo aprecio una gran vulnerabilidad en estas instituciones culturales, consideradas como un recurso económico antes que un activo social y viéndose destinadas a producir servicios culturales dirigidos a un uso finalista, a una satisfacción inmediata de las necesidades de ocio entre destinos. Al adoptarse esta derrota en detrimento de la colectividad, de la pluralidad cultural, de la participación ciudadana, de la creación, evitando incentivar la reflexión sobre la propia identidad patrimonial, se posibilita la existencia y creación de instituciones endebles, carentes de misión y con falsos fundamentos. Espectáculos efímeros que no sirven a la sociedad para ser siervos sociales.

No puede negarse que el turismo es un factor básico para el desarrollo económico y con una importancia vital en términos de producto interior bruto, pero tampoco puede soslayarse la importancia del museo en la construcción y desarrollo de la cultura. Inevitablemente debemos tratar de conjugar dos cosas: el papel del museo en una cultura concebida como bien social, necesario para aumentar el bienestar y formar la sensibilidad, para la creación y mejora de la personalidad, tanto individual como colectiva, y su dimensión como herramienta de transformación social por un lado; y las posibilidades que brinda el turismo como factor de desarrollo económico, canal de circulación de ideas y conocimiento, y posibilitador de experiencias culturales y de vivencias por el otro. Si de todo esto nos quedamos con una sola cosa, si únicamente centramos el esfuerzo en el interés cortoplacista, en producir bienes de consumo que desaparecen más deprisa de lo que se crean, estaremos sacrificando tanto herencia como futuro y eludiendo nuestra responsabilidad con el bien común y la mejora social.

Por si queréis reflexionar un poco añado un extracto interesante de la Carta Internacional sobre Turismo Cultural. La Gestión del Turismo en los sitios con Patrimonio Significativo (1999), adoptada por ICOMOS en la 12ª Asamblea General en México:

“El Turismo excesivo o mal gestionado con cortedad de miras, así como el turismo considerado como simple crecimiento, pueden poner en peligro la naturaleza física del Patrimonio natural y cultural, su integridad y sus características identificativas”.