jueves, 9 de noviembre de 2017

Museums are "NOT" neutral


Andaba hace días pensando en que tocaba nuevo post, en que tenía abandonado el blog. En mi caso no soy capaz de encontrar hábito de escritura sino que dependo de la aparición de ese chispazo que te dice por dónde transitar, lo cual puede hacer que encuentre inspiración dos veces en una semana o dos veces en un año. Mal asunto.

En ello estaba hasta que leí este excelente post de Lluís Alabern del que quiero rescatar la frase “El museo, las salas del museo, deben mediar para hacer de la visita un ejercicio de libertad, placer y conocimiento, para contribuir a hacer del espectador un ciudadano crítico”, y esta fascinante imagen

Foto extraída del post de Lluis Alabern

Encontré una reflexión atractiva, con la que parecía estar rotundamente de acuerdo, que suscitaba nuevas rutas para seguir cavilando y que aportaba una estampa que me atrajo profundamente. Pero sabéis que la mente es caprichosa y que a menudo parece acoger abiertamente ideas que, como chinas en el zapato, no acaban de ajustarse bien y fastidian con persistencia hasta que te obligan a descalzarte para corregir la molestia.

Había algo que chirriaba en la frase “Museums are not neutral”, algo que me inquietaba coincidiendo con algún ejemplo muy reciente de museo que ha emitido un comunicado político específico. Esto me hacía preguntarme sobre la neutralidad de la dirección de ese museo, y por la de la propia institución, ya que el comunicado parecía suplantar la representación del titular del centro o incluso de todos los empleados, y no desvelaba si la postura del museo como cabecera de un marco territorial o temático pretendía envolver a los centros que se relacionaban con él. Quiero clarificar que mis disquisiciones van dirigidas a museos públicos y que la pregunta tiene importancia porque el sostenimiento del museo es compartido por los contribuyentes y es ante ellos ante quien hay que rendir cuentas. Ya que esto es un mero ejemplo ilustrativo, no busquéis aquí un juicio a la acción concreta y menos una posición a favor o en contra de la misma. Es más, quizá mi duda sobre ella ya suponga en sí decantarse por una posición concreta, lo cual sería una clara evidencia de que la neutralidad no es cosa sencilla de negociar y de mi necesidad de iniciar el debate. No obstante, ya que no quisiera herir ninguna sensibilidad con ello, me disculpo anticipadamente.

Posiblemente no haya respuesta para la cuestión sobre si el museo debe ser neutral, al menos de manera concluyente. Como para tantas cosas, la experiencia particular de cada uno, sus principios o incluso sus intereses determinan una respuesta subjetiva que puede oscilar entre una afirmativa cautela y una impetuosa negativa, pasando por una equidistante y, en ocasiones, tibia prudencia. Eso sí, en lo que si podemos estar de acuerdo es que cualquier postura puede generar conflicto, más aún en estos tiempos en los que los ánimos se calientan con facilidad y en los que el dedo internauta es suelto y precoz, dado más al ímpetu de la víscera que a la serenidad del pensamiento. Y ni siquiera yo tengo claro al empezar lo que pienso sobre el tema así que sirva, al menos este relato, como ejercicio retórico en el que se lancen preguntas sin que debamos esperar respuesta a todas. Quizá al final las encontremos.

¿Qué significa ser neutral? Quizá habría que empezar por definir los términos en los que nos moveremos y definir la neutralidad según lo hace el diccionario (sin duda el mejor instrumento que existe para ello), como la cualidad del “que no se inclina en favor de ninguna de las partes opuestas o enfrentadas en una lucha o competición”. Suponiendo que el museo se encuentra en un escenario de confrontación, deberíamos entonces determinar si la disputa es beneficiosa para conseguir sus objetivos y si se deben poner límites a sus acciones, o al menos acordar los caminos por los que pueden discurrir. Igualmente habría que delimitar el terreno en el que nos movemos señalando si la neutralidad es una actitud que corresponde adoptar o rechazar a todos los museos, ya sean públicos o privados, o si hay que dejar su adopción al albedrío de sus dirigentes. Ya que yo concibo el museo como un lugar de experimentación y participación resulta imposible que no haya debate, así que debo rechazar la neutralidad y admitir que el museo entra en conflicto con su entorno, con las colecciones que custodia, con el público al que se dirige, y con las bases de conocimiento que le inspiran para cumplir plenamente su misión.

¿Queremos o no un museo neutral? Uno tiende a pensar que en el mero terreno de la cotidianidad, el museo debería ser neutral para quedar al margen de posturas partidistas, porque ello nos proporciona cierta seguridad y confort y la tranquilidad de saber que quedan instituciones comunes alejadas del conflicto y la manipulación; despolitizadas, en definitiva. Pero, por otro lado, esto supondría restringir de algún modo el concepto que tenemos de museo y mantenerlo únicamente en el terreno de la convivencia de la sociedad, perdiendo la oportunidad de utilizar sus capacidades como instrumento para el desarrollo de esta. En tales condiciones contaríamos con un museo incompleto, y su neutralidad o parcialidad solamente serviría a determinados intereses, que tenderían a ser los de todos en el caso de los públicos, o los de unos pocos en el caso de los privados. Así que concluyo que la neutralidad del museo no reside tanto en una simple intervención o participación en los asuntos públicos, como en la manera en la que observa esos asuntos y la respuesta que aporta. Y que es por ello por lo que no deberíamos desear un museo neutral.

¿Puede ser el museo (no) neutral a conveniencia? Ante esto, es posible que razonáramos la presencia de opciones, digamos de compromiso, como la que defendería un museo institucionalmente neutral, pero que pudiera no serlo en su discurso, adaptándose entonces a las necesidades de objetivos concretos más o menos permanentes. Pero esto no sería útil, pues para conseguir un museo de este tipo habría de carecer de misión, lo cual desvirtuaría su existencia y lo sometería a intereses inmediatos. Tampoco sería de mucha utilidad la existencia de una institución que no quisiera ser neutral, pero con un discurso que pretendiera ser imparcial, lo que podría situarnos ante una entidad manipulable. En ambos casos el museo acabaría instrumentalizado y su existencia dejaría de servir a los intereses de la sociedad, por lo que se puede concluir que la neutralidad o no del museo depende más de su independencia que de quién se encuentre detrás de su presupuesto. Es más, si un museo es independiente es posible que acabe siendo no neutral porque podrá tomar partido sin reservas por opciones concretas, o al menos ofrecer la posibilidad de configurar discursos contrapuestos. En este caso, opino que la conveniencia del museo debe encontrarse en la adopción de posturas no neutrales.

¿Nos hace falta un museo no neutral? La respuesta parece intuirse ya en los párrafos anteriores. Podemos añadir que vivimos en sociedad y hemos dispuesto múltiples espacios de encuentro no neutrales como la plaza, la iglesia, el colegio, el puesto de trabajo, la junta vecinal… Así que, si estos espacios son lugares para tomar partido por las cosas que nos afectan ¿por qué habría de ser neutral el museo? Si los ciudadanos tienen derecho a intervenir en la vida pública y el museo es un lugar donde se integran algunos de los bienes esenciales del ciudadano, seguramente debamos interpretar que el museo es un lugar idóneo para crear un movimiento comunitario que sea capaz de renovar la sociedad. Y es que el museo puede estimular el pensamiento crítico, puede acercarse a los problemas desde diferentes o novedosos puntos de vista y lo va a hacer sobre la base de su propio prestigio como institución, a partir de su solvencia técnica y teniendo en cuenta que los valores que se utilizan se encuentran en transformación permanente. Naturalmente, la presentación de estas cuestiones va a estar sometida a posiciones subjetivas, pues el museo lo componen personas tanto a la hora de presentar el mensaje por parte del profesional como en la percepción del usuario. Todo planteamiento en el museo toma partido por algo, siempre hay más alternativas, así que al escoger una de ellas se orienta el discurso por un camino concreto que tendrá unas consecuencias más o menos deseadas. En definitiva, nos hacen falta museos no neutrales que medien para conseguir un diálogo crítico que nos aproxime a verdades. De otro modo el museo será un simple instrumento de propaganda.

Foto procedente de Encuentros Playgrounds. Isidro López-Aparicio. La Casa Tomasa. MNCARS

¿Estamos preparados para un museo no neutral? Llegados a este punto, quizá debamos plantearnos si somos capaces de aceptar un museo no neutral; algunos dirían comprometido. Por plantear ejemplos concretos, si para incitar a la reflexión el museo decidiera informar y debatir sobre cuestiones actuales, candentes, sensibles, como la desigualdad salarial, las migraciones, las nacionalidades, la dicotomía entre cultura y tradición, la educación, la relación entre religión y sociedad, el nivel de la pobreza, la memoria histórica, los límites del humor, o incluso el modelo de estado… ¿Dejaría insensible a la sociedad? ¿Se entendería? ¿Estamos realmente preparados para abrir debates de este tipo en el museo? ¿Estarían dispuestos los museos públicos a abordar tales cuestiones, es más se les permitiría? ¿Entraría la censura al terreno de juego? ¿Estaríamos dispuestos a ocultar piezas del museo para no generar conflicto? En virtud de las respuestas podrá cada cual saber si se encuentra preparado para aceptar un museo no neutral. 

Por último. ¿Cómo gestionar la no neutralidad? Bueno, aquí no nos sorprenderemos si planteamos que la base de la acción no neutral del museo reside en su misión, es decir en la definición previa de la razón por la que existe, de los objetivos que pretende cumplir y del motivo por el que lo que hace. En esta tesitura ¿sería simplista tratar de asociar la no neutralidad del museo con el sentido común? ¿Sería posible apelar solamente a la objetividad de quien gobierna el museo? O ambas cosas son interpretables y hemos de buscar valores que podamos aceptar como más ecuánimes y universales. ¿Y cuáles serían estos? Yo, si tuviera que plantear los cimientos de un museo no neutral, tengo claro que acudiría al consenso (para lo cual debería aceptar la colaboración solidaria de múltiples agentes), a la tolerancia (para lo que debería aprender a admitir cualquier idea ajena, incluso contraria), al respeto (mediante el cual observaría la dignidad de los aportes que voy a utilizar), a la independencia (gracias a la que evitaría considerar cualquier injerencia que se me presentara), a la empatía (con la que trataría de ponerme en el lugar de los destinatarios de mi mensaje para identificar sus expectativas), a la transparencia (pues no tendría, ni querría tener, nada que ocultar), a la mediación (para revelar o modular significados que pueden contribuir a desarrollar la sociedad), y también a las sensaciones (para facilitar el disfrute y la retención de conocimientos). Seguramente me dejo muchos. Estás invitado a contribuir con los tuyos.


Para concluir. La neutralidad suprime el conflicto y ello restringe nuestra capacidad de avanzar, y en este contexto considero que los mecanismos para progresar deben ser promovidos por entidades comunes, por lo que el museo debe abandonar la neutralidad si alguna vez la tuvo.