viernes, 22 de abril de 2022

EL SENDERO DE LA CUMBRE

El Grupo Scout Pisuerga 92, mi grupo, el GSP (gesepé para los iniciados) cumple cincuenta años. Lo celebramos el día 23 de abril, las familias, antiguos miembros y scouters, porque nos conviene y porque es San Jorge. Y es que los scouts somos gente muy práctica y damos mucha importancia a las tradiciones y a los símbolos.

Ya sabéis que este blog habla sobre todo de museos, pero también habla de mis intereses personales y entre ellos están mi trabajo y vocación. Para afrontar la vida cotidiana aplico los conocimientos y valores que he recibido, así que esta vez me parecía indispensable que en una efeméride como esta se cruzaran en la bitácora los cimientos de mi personalidad con los pilares de mi existencia adulta. Porque bajo mi punto de vista scouts y museos tienen muchos puntos en común ya que los dos ámbitos están “al servicio de la sociedad y de su desarrollo”.

Le debo mucho a mis padres y a mi familia, la natural y la elegida, pero también a mis amigos y compañeros. Y soy el resultado tanto de los medios que me han facilitado para ser la persona que soy, como de la compañía y cariño que me todos me han ofrecido. Naturalmente en esto se encuentran los años que llevo siendo scout que, a ojo, son casi 46. Os parecerán muchos, pero es que los cuento desde el día que ingresé en el Gesepé hasta hoy. Porque esto es parecido a un sacramento, que imprime carácter, y que he tenido la fortuna de disfrutar como lobato, tropero, comando o jefe (que así se llamaban antes), o como antiguo miembro, padre, amigo o compañero.

Hace cincuenta años se hizo oficial la creación de este pequeño grupo scout gracias al impulso de muchas personas encomiables. El grupo, y el escultismo, han evolucionado desde un país deprimido que nacía al futuro, y ambos han ido modulando sus valores y principios de manera paralela a la sociedad que los acogía. Los scouts ya no son solo aquellos chavales y chavalas, con uniforme, pañuelo al cuello y canillas, que se iban de acampada y cantaban en torno a un fuego y que fundamentaban su formación como personas sobre una determinada ética y moral; las propias de los tiempos que corrieran. Actualmente los scouts son un movimiento, sobre todo juvenil, con una dimensión educativa global y transformadora, destinado a hacer que la sociedad sea mejor; en definitiva a “dejar este mundo en mejores condiciones de como lo hemos encontrado” como dijo Robert Stephenson Smith Baden Powell quien, para el que haya caído por aquí sin saberlo, es el fundador de todo esto.

Mirad, la vida es una eterna lucha entre la barbarie y la civilización. Esto no es de ahora, pues se encuentra en la historía del hombre desde hace muchos años. Los griegos, por ejemplo, lo ilustraron hace unos 25 siglos en los frisos del Partenón mediante la batalla entre los Centauros y los Lapitas; la Centauromaquia. Pues bien, tras 2500 años podéis ver en la foto siguiente una metáfora de esa misma batalla que me gustaría valorar.


Se trata de una scout checa que hace frente a un neonazi en una imagen que ilustra perfectamente lo que es la versión moderna de esa lucha y que nos muestra algo que considero importante. Los scouts aprendemos una serie de técnicas y recibimos una serie de herramientas que nos proporcionan recursos para enfrentar la vida. La parte manual de este juego son la vida en la naturaleza, la cabullería, la autonomía personal, la cocina o el fortalecimiento físico, por ejemplo. Pero también recogemos un bagaje fundamental en principios y valores que se traducen en respeto, tolerancia, compañerismo, responsabilidad, libertad, solidaridad, empatía, igualdad, esfuerzo, independencia, amistad, compromiso, etc.; sabéis muy bien de lo que hablo. Me gusta pensar que el propósito de esto es entrenarnos para mecanizar respuestas a los retos cotidianos y, de este modo, poder usar el pensamiento crítico para analizar nuestro entorno, reflexionar y actuar con criterio propio. La scout de la foto ha formado juicio sobre cómo quiere que sea la sociedad, conforme a los valores que he mencionado, y como era de esperar reacciona y los defiende con firmeza. Ella contribuye a construir una sociedad mejor y, de este modo, se sentirá feliz y hará felices a las personas que le rodean. Y quiero creer que en un mundo ideal el energúmeno que la increpa acabará dándose cuenta de sus errores, aunque me bastaría que fuese capaz de plantearse la posibilidad de estar equivocado. Yo, personalmente, a diario dudo de muchas cosas y trato de entender lo que me parece diferente. Qué queréis, aprendí a hacerlo en los scouts.

Este es uno de mis propósitos desde aquel momento en que crucé la puerta de las “bases” y desde que formulé mi Promesa. Y es lo que he querido transmitir a mis amigos y a mi familia. De hecho, uno de mis mayores orgullos es haber traspasado el testigo a mi hija Claudia, que también es scout y ahora scouter, porque sé que ello le ha ayudado a ser mejor persona de lo que ya es y porque me agrada pensar que ella hará lo mismo por aquellos que vendrán después.

El título de esta publicación responde a una de mis estrofas preferidas de nuestro himno: “Alerta hermano Scout nunca dejes el sendero de la cumbre al servicio del esfuerzo […]”, en la que siempre he querido ver una invocación al atrevimiento, a ser tenaces, a caminar rectos y a mantenernos firmes.Y es una llamada a mantener nuestras convicciones, a ser leales a nosotros mismos. Ello, además, se hace alentando a nuestra vigilancia y llamándonos por nuestro apelativo más querido: scout. Para recordar este compromiso llevamos la pañoleta al cuello y, como seguro que pasa en vuestro caso, esta ocupa un lugar de privilegio en algún rincón especial de vuestras casas. La mía, la nuestra, es además maravillosa porque sus colores son los del trigo castellano y el agua pisuerguera.

Este es mi homenaje al Grupo Scout Pisuerga 92, a todos sus miembros durante cincuenta años, a todos los que sois scouts y a los que compartís nuestras vidas. A los que seguís ahí, a los que ya no estáis y a los que estaréis.

¡Buena caza y largas lunas!