El último charco en el que se ha metido el Ministerio de Cultura es el de la Carta de compromiso para el tratamiento ético de restos humanos en los Museos Estatales adscritos y gestionados por la Dirección General de Patrimonio Cultural y Bellas Artes del Ministerio de Cultura que podéis descargar aquí.
Charco digo porque el asunto tiene todos los ingredientes
para ser pasto de los opinólogos profesionales que infestan las columnas de la
prensa patria (infestar, por cierto, no es insulto sino la cuarta acepción de
la palabra en el diccionario de la RAE). De momento no parece que los
columnistas hayan advertido el verdadero y ¿oculto? potencial de esta decisión
que, por otra parte, no hace sino incorporar criterios museológicos modernos a
los grandes museos estatales. Pero es posible que ante el folio en blanco los escribidores acaben atacando este compromiso como una nueva imposición «woke»
repleta de revisionismo y de gestos dictatoriales del progresismo. Sobre todo
cuando se percaten de que este nuevo marco ético es un paso más en la
descolonización de los museos por la que viene apostando el Ministerio de
Cultura desde que se hizo cargo el ministro actual.
Ya escribí en su momento algo sobre esa cuestión (lo podéis
consultar aquí) y entonces manifesté que la descolonización no solamente
tiene que ver con la procedencia y destino de objetos de museos sino que implica
la revisión de asuntos tales como las presentaciones con restos humanos. Sobre
estas cuestiones los museólogos tenemos la obligación de fomentar debate, ya sea
en el seno de los museos o en foros profesionales como el ICOM, lugar este en el que
luego se generan los documentos comunes que guían la práctica museística. De
uno de estos títulos, el Código Deontológico del ICOM, proviene este reconocimiento
de los restos humanos custodiados en los museos que «deben ser tratados con
respeto y dignidad, y de conformidad con los intereses y creencias de las
comunidades y grupos étnicos o religiosos de origen». De aquí deviene su renovado
significado no sólo como huellas biológicas sino como «vestigios de personas
fallecidas que fueron separadas de su contexto funerario, sagrado o doméstico».
Esta reflexión de la comunidad museológica, y no otra, es la
razón por la que ahora se presenta esta nueva visión de los restos humanos en
el ámbito de las presentaciones museales. Y tiene bastante importancia porque al
implicar a los museos públicos más importantes de España se establece una cierta
ascendencia sobre el resto de los museos públicos, empezando por el resto
de los museos estatales, gestionados fundamentalmente por las comunidades autónomas,
y alcanzando a todos los que dependen de entidades locales, fundaciones públicas
o incluso aquellos centros privados que reciban ayudas públicas. Evidentemente es
mucho más fácil decir que hacer y la existencia de pautas adoptadas por el
Ministerio de Cultura no implica que el resto de estos museos sostenidos con
fondos públicos siga ese ejemplo; ni siquiera que, aun teniendo la voluntad de hacerlo,
dispongan a corto y medio plazo de recursos suficientes. No obstante, las
administraciones deberían plantearse la adopción de programas de reserva de restos
humanos y la regulación de su presencia en los museos de financiación privada.
No hay prisa para ello, pero no debería haber pausa.
Pero vayamos por partes (nunca mejor dicho) y resumamos a
qué restos nos estamos refiriendo y qué implicaciones conlleva. En resumen, la
Carta afecta a todos los restos físicos de la especie Homo sapiens, así como
los objetos en los que se incorporaron conscientemente restos humanos, excluyendo
aquellos en los que se pueda determinar razonablemente que han sido ofrecidos
libremente o bien desprendidos del cuerpo sin modificar el mismo. Para
concretar, el documento también señala los compromisos que se adquieren y ello
atañe a un principio general de no exhibir públicamente restos humanos; a la
valoración para la toma de muestras y tratamientos de conservación-restauración;
a la manipulación, custodia y acceso en almacenes; a la investigación sobre los
restos; y, finalmente, a la toma de imágenes. Resulta importante destacar que
se deja abierta la excepcionalidad en la exposición pública para casos muy
concretos; una solución que parece la gatera por la que colar la
discrecionalidad que tanto nos gusta a los españoles.
Al igual que ocurre en cualquier definición existen aquí infinitas variables e interpretaciones y ello nos puede a llevar a preguntarnos qué fósiles de los yacimientos de Atapuerca entran dentro de esta categoría y cuáles quedan fuera (dejo para los expertos las disquisiciones sobre especies, subespecies y demás) y si en todos los casos se debe aplicar el mismo criterio sobre su exposición. Pero no queda la cosa ahí, porque la interrogación se extiende a todo tipo de momias y cuerpos disecados, vestigios de enterramientos, relicarios y reliquias, restos en formol, cualquier espécimen anatómico, etc. Si quieren ejemplos de cómo se tratan ahí fuera estos temas pueden acudir al recurso Regardingthe Dead. Human Remains in the British Museum o consultar HumanRemains and Museums: A Reading List.
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Tumba de tégulas tardorromana de Niharra. Museo de Ávila. Foto de FLAVIVSAETIVS Archivo disponible bajo la licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International. |
Aunque, una vez más, España llega tarde a debatir estas cuestiones, resulta gratificante que el Ministerio de Cultura vaya incorporando los modernos criterios museísticos a la gestión de los centros de su dependencia. No faltarán las voces que señalen que no deberíamos gastar recursos en estas cuestiones menores cuando existen grandes necesidades y carencias en infraestructuras, medios y personal. Sin duda están en lo cierto a la hora de poner foco en esas insuficiencias, pero ese no es el debate en este caso. Bien está hacer lo que hay que hacer y no podemos coartar el impulso a iniciativas valiosas bajo el pretexto de una cuestión de prioridades. Cada demanda tiene su pulso, su recorrido y sus soluciones y estas solamente se pueden entender en términos de valoración técnica y de oportunidad.
A propósito de todo lo que hablamos cabe una reflexión sobre el uso
actual de los restos humanos en los museos y las alternativas a su
desaparición de las salas de exhibición. Los museos utilizan las colecciones
para contextualizar un momento histórico o un conocimiento determinado y la relación
del visitante con los objetos, ese «contacto directo», es irremplazable. Ninguna
reproducción, sea cual sea el recurso técnico que la genera, puede reemplazar
este vínculo, y cuando este se complementa con el acto interpretativo que
facilita el museo, cuando la experiencia ante la obra permite adentrarse en el
aura del objeto, se sublima una vivencia formada por emoción y exclusividad. En
definitiva el bien cultural se llega a convertir en fetiche, si no lo era ya, y
es precisamente ahí donde se encuentra el mayor valor que el visitante pude
conceder a un objeto, ya que lo eleva a categorías distintivas, preeminentes, y
lo incorpora a su propio imaginario. No es de extrañar por ello que en las
salas del museo tendamos a una especie de iconolatría que nos lleva a venerar los
originales por encima de las copias. Cuestión que no tendría mucha importancia
a menos que nos lo indiquen expresamente, ya que dudo mucho que la mayoría del
público sea capaz de distinguir entre el auténtico Cráneo número 5 y su
reproducción.
Y en este mismo rumbo fetichista se encuentra la
controversia de las reclamaciones patrimoniales, de las que también hemos
hablado; véase aquí. Las demandas de restitución se hacen siempre sobre objetos
muy concretos, y están destinadas a afianzar convicciones políticas,
fundamentalmente nacionalistas, que rayan más en el sectarismo que en la formación
de una identidad común. De este modo se comprende mejor que la primera reacción
política a la propuesta ministerial haya venido de Canarias al manifestar los
máximos responsables del Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria y del
Museo de la Naturaleza y Arqueología de Santa Cruz de Tenerife (un director de
museo privado y un doctor en medicina experto en momias, por contextualizar)
que para guardar en un almacén la momia de Erques, retirada de la exposición permanente
del MAN, mejor la exponen ellos. Si a ello añadimos las expresiones "es
inadmisible" o es "una ofensa para todos los canarios" emitidas
por la presidenta del Cabildo de Tenerife observaremos mejor los flecos tan
largos que cuelgan de la decisión del Ministerio de Cultura.
En la timba de la política cultural (siempre más política
que cultural) a cada cual le toca jugar sus bazas y tener cuidado de cuándo se juega un triunfo, de cuándo se arrastra y qué cartas quedan por salir. Decir que la momia
está mejor expuesta que en un almacén se puede rebatir con el argumento ya
expuesto de que nadie va a saber si expones originales o copias a menos que lo digas. Pero
también es cierto que si la momia tiene que ir a un museo a ser expuesta qué
menos que vaya a un referente mundial en lo que se refiere a la conservación de
este tipo de restos. Y a la vez, aunque el Ministerio de Cultura quisiera ceder
la momia a un museo canario los términos del depósito encontrarían difícil encaje para un uso contrario al marco ético que rige tus propias
colecciones. Muchas veces la suerte que tenemos es que la voluntad política oportunista
y espuria choca con los criterios técnicos o encuentra trabas administrativas ineludibles.
Es evidente que es más impactante un sarcófago con muerto
dentro, que las diferencias físicas entre un neandertal y un sapiens se
observan mejor contraponiendo sus cráneos, que un relicario sin taba no ilustra
del mismo modo la devoción por la santidad, que el concepto de vida eterna y
divinización de los egipcios no se plasma igual sin la momia de Ramsés II... Todo
ello es cierto, pero también es innegable que en la mayoría de las ocasiones
la experiencia de la visita se puede lograr igualmente con diversos recursos
que no sean los objetos originales. Por ello es plausible la iniciativa del Ministerio
de Cultura; porque ha seguido las recomendaciones de los organismos
internacionales en materia de museos, porque es de sentido común y porque, como
dice la canción, «Rascayú, cuando mueras, ¿qué harás tú? Tú serás un cadáver
nada más».
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