miércoles, 25 de junio de 2014

Solo no puedo. Con amigos sí. #MuseosPro


Lo bueno que tiene #MuseosPro es que los temas y su orden están bien planteados y de este modo los debates de cada jueves acaban apuntando hacia la siguiente convocatoria. Ello permite que se siga una argumentación coherente y que se esbocen cuestiones que pueden responderse en los siguientes posts.

Hoy toca hablar de cómo los profesionales y las empresas independientes colaboran con los museos. La impresión que tienen muchos profesionales, tanto nuevos como ya curtidos, es que los encargos se adjudican a dedo y que apenas hay control, favoreciéndose a determinadas empresas por diversos medios (que serían largos de relacionar aquí y que cualquiera que trabaje en, o para, las administraciones públicas conoce).

Pues bien, la mala noticia es que esto es una cuestión de raíz, que se encuentra en lo más profundo de nuestra sociedad y que debe arreglarse a nivel estructural. Los instrumentos de gestión y sus normas, suelen ser lógicos, razonables y justos, pero si no lo son quienes las aplican hay vías para evidenciarlo.

La situación se complica pues empieza a generalizarse la costumbre de contratar a empresas de servicios que optan a los contratos y contra las que no pueden competir otras empresas más pequeñas o los autónomos. ¿Por qué? Pues porque cuentan con una infraestructura empresarial que les permite reducir costes, a veces también contactos, y pueden ofrecer ofertas más ventajosas para la Administración; lo cual sabemos que es el principal criterio de adjudicación. La consecuencia es que, conseguido el contrato, acudirán al mercado en busca de los más preparados, más listos y “más dóciles” (perdón por la expresión), y les pagarán poco más que un subsidio. Vamos, como en las películas norteamericanas de estibadores.

Frente a la situación se postula la labor beneficiosa que pueden realizar colegios y asociaciones profesionales. Considero que son muy útiles en lo referente a la definición de una deontología profesional, o de buenas prácticas de gestión, y también como foros de crítica constructiva o elementos de impulso y asesoramiento para quienes se inician en la profesión. Así mismo son instrumentos adecuados para ejercer un seguimiento y control del ejercicio profesional, llegando al extremo de poder constituirse en interesados para la denuncia de malas prácticas.


Aun así, también tienen defectos. En mi opinión, por un lado se encuentran los de aquellas asociaciones de profesionales orientadas fundamentalmente a defender los intereses de trabajadores de museos, preferentemente en lo relativo a derechos laborales, oportunidades de formación, fomento de relaciones entre personas o entidades o búsqueda de bonificaciones en la visita. Suelen tener una trayectoria y un prestigio consolidado pero su mayor riesgo es caer en una autocomplacencia lampedusiana.

Y por otra observo los de las agrupaciones de profesionales que tratan de facilitar y mejorar las relaciones de sus miembros entre sí y con los diversos agentes que participan en la gestión del museo. Su labor tiene a priori un carácter más independiente, pero tienen el peligro de depender en exceso de los impulsos personales y puntuales de sus representantes; en ocasiones esta subordinación es perjudicial pues, al convertirse aquellos en interlocutores directos con las administraciones públicas, que es donde de momento suele estar el dinero, la labor de la asociación puede acabar siendo desactivada por la vía de la subvención o del trato preferente.

En definitiva, si este tipo de asociaciones alcanzan a disponer mecanismos idóneos de renovación y ajuste, si adoptamos mayor grado de compromiso con ellas para que en el futuro adquieran la relevancia suficiente como para convertirse en canales de participación social en los museos, es posible que consigamos resolver los problemas sobre definición de la profesión, formación y contratación sobre los que hemos venido opinando.


"Colaboración originalmente redactada para la iniciativa #MuseosPro". En este enlace puedes verla, y en este otro se explica qué es #MuseosPro.

miércoles, 18 de junio de 2014

Un pacto sobre política museística. #MuseosPRO


Tras haber debatido en #MuseosPro sobre los perfiles profesionales y sobre su formación, llegamos al necesario punto de analizar las oportunidades laborales que en la actualidad encuentran quienes aspiran a trabajar en un museo.

A priori da la sensación de que son muy escasas, pero por el contrario hay miles de museos en España y muchos de ellos se han abierto en los últimos tiempos (para muestra, en torno al 28% de los museos se han creado desde el año 2000, según la Estadística de Museos y Colecciones Museográficas2012; aunque es un recuento que hay que tomar con cautela).

Entonces ¿cómo están accediendo los profesionales a los puestos de trabajo que se están generando? ¿Y lo están haciendo a los puestos para los que están cualificados? Es más ¿el intrusismo, que lo hay, es una constante o es una cuestión accidental? Y por otra parte ¿se da la difusión suficiente a las ofertas de trabajo en museos públicos?

La apreciación desde fuera se resume en la frase de “quien tiene padrino se bautiza” y en que es prácticamente imposible encontrar trabajo en un museo, al menos de técnico. También se habla de que las convocatorias de empleo en los museos públicos son mínimas, en ocasiones están bajo la sospecha de amaño y hace tiempo que no se realizan; de que, basándose en el criterio de la mejor oferta, la asistencia se suele conceder a una empresa de servicios que precariza el empleo; y de que la visita se deje en manos de personas sin cualificación. Todo ello acaba convirtiendo la asistencia al museo en una mera cuestión de procesado de usuarios. Y el caso de los museos privados no es muy diferente, salvo por la cuestión de que el titular del museo tiene libre capacidad de contratar y de establecer criterios de acceso profesional.

Luego está la cuestión de la rigidez que se atribuye a los empleados públicos en los museos, cargados de años, falta de iniciativa  y obsolescencia. Reconociendo que en parte es cierto, realmente no son tantos los facultativos que hay en comparación con el número de museos que existen, y a menudo son la única barrera que hay ante la arbitrariedad de los políticos que van y vienen. Además, por lo general están dedicados a cumplir una labor de custodia patrimonial de las colecciones que hipoteca la realización de actividades más abiertas al público. La conclusión es clara: si levantas la manta para tapar la cabeza dejas los pies al descubierto.

Y por otra parte encontramos a una amplia y diversa generación de profesionales, muy cualificados, que solamente pueden optar a contrataciones temporales, formativas o de inferior categoría, cuando no se les empuja a darse de alta como autónomos. Todo ello en una suerte de gran farsa laboral que muchas veces termina en la nefastamente denominada “movilidad exterior” o en el abandono de la vocación. El emperador está, efectivamente, desnudo.

 “El Tríptico de la Última Cena”, del Museo de Segovia. Estudios técnicos.
Foto procedente del Portal de Museos de Castilla y León.

 
El debate sobre esta estructura laboral, nada diferente a la de otros sectores, nos revela que no sólo no están definidos los perfiles profesionales ni está trazada de manera homogénea la formación, sino que tampoco hay una política museística clara que apueste por definir las plantillas de los museos, exija su concreción y observancia la a través de la generalización de planes museológicos y códigos de buenas prácticas, y fomente el uso de medios de colaboración y redistribución de recursos a través del trabajo en red.

La iniciativa de un pacto concluyente y audaz sobre política museística que delimite hacia dónde queremos llevar a nuestros museos, debe ser encabezada por las Administraciones Públicas siguiendo criterios de transparencia y contando con la participación de los ciudadanos y con la colaboración de los profesionales, ya sea a nivel individual u organizados en colegios o asociaciones.


"Colaboración originalmente redactada para la iniciativa #MuseosPro". En este enlace puedes verla, y en este otro se explica qué es #MuseosPro.

martes, 10 de junio de 2014

Formación y ejercicio de la profesión museal. Un desencuentro. #MuseosPRO


La verdad es que ando algo desactualizado en lo relativo a las ofertas formativas para profesionales de museos. Ya sabéis que soy de la vieja escuela, de los licenciados en arte o arqueología que ingresaron en un museo público por oposición. Eran tiempos diferentes donde nuestras biblias eran el libro aquel de la teoría, la praxis y la utopía, las revistas del ICOM y “La muséologie selons…”.

Las cosas han mejorado mucho en cuanto a la variedad y calidad de la oferta. No es necesario incidir demasiado en cómo se ha generalizado el conocimiento y ha mejorado el acceso a la información, que ahora se transmite y debate en un proceso participativo desconocido hasta ahora, ni en el gran número de oportunidades para la formación, mucho más accesible y por tanto universal. Tampoco hace falta insistir en la conveniencia de la formación continua o en el gran componente práctico de muchos itinerarios formativos.

También resulta más fácil abordar la cuestión después del primer debate de #MuseosPRO, pues ya hemos ido trazando las líneas por donde discurren nuestras inquietudes. Y en este sentido me veo obligado a insistir en que en el caldo museístico español se cuecen, en un altísimo porcentaje, centros museísticos cuyo presupuesto es muy bajo, que solamente disponen de una persona al cargo y muchas veces con escasa formación cuando no es siquiera apropiada. Teorizar sobre la formación ideal del profesional del museo está bien, pero creo que está mejor analizar soluciones que traten de mejorar la situación actual.


Así que, dejando al margen otra cuestión importante como es la que tiene que ver con la competencia en materia museística que tienen las administraciones autonómicas y las responsabilidades que derivan de ellas, entiendo que el punto de mira debe ponerse no tanto en saber cómo es la oferta formativa existente, sino en qué grado se están aplicando esos conocimientos al trabajo en los museos. ¿Están formados los responsables o trabajadores de la mayoría de los museos?, o al revés ¿los profesionales formados están trabajando en los museos?

Creo que la realidad de muchos museos españoles no es consecuencia de la crisis económica, si bien quizá se haya visto agravada por ella. Así que siendo conscientes de que hay mucho intrusismo en la profesión museal, ¿cómo debemos enfrentarnos a ello? Podemos exigir que los museos contraten a profesionales cualificados, o podemos cualificar a los profesionales que ya están en los museos. O podemos hacer ambas cosas.

No tengo la respuesta, pero creo que lo sensato sería adoptar ambas posturas. La primera a través de la labor de colectivos profesionales organizados (que ya existen y funcionan) y mediante una exigencia militante por parte de los usuarios de los museos (no olvidemos, por ejemplo, que además de profesionales somos usuarios y que tenemos criterio autorizado para demandar profesionalidad a las instituciones).
La segunda mediante la generalización de iniciativas formativas inclusivas que faciliten la cualificación a los responsables de museos (van a continuar al frente de los mismos, así que por qué no “abducirlos”, museísticamente hablando), y el aprovechamiento del trabajo en red como medio para mejorar el cumplimiento de las funciones de los museos.

Quizá estas propuestas sean provocadoras porque la primera conclusión que se extrae de ellas es: ¿cómo integrar a todos los profesionales, ampliamente formados, que optan a trabajar en un museo?


Quizá podamos añadir luz a eso en el próximo debate de #MuseosPro dedicado a la contratación.


"Colaboración originalmente redactada para la iniciativa #MuseosPro". En este enlace puedes verla, y en este otro se explica qué es #MuseosPro.

martes, 3 de junio de 2014

#MuseosPRO: otras propuestas para nuevas necesidades


Provengo de una concepción del profesional de museos que no ha variado demasiado desde el Real Decreto de 1867 donde se creaba, dentro del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios, la Sección de Anticuarios, configurándolos como «conservadores peritos en el difícil arte de clasificar, interrogar e interpretar el testimonio, mudo, pero tan luminoso como irrecusable, que prestan las medallas y monedas, los monumentos y los objetos de la industria y del arte de los tiempos que pasaron». Una idea del profesional de museos propia de un mundo eminentemente académico, en el que había pocos museos, generalmente públicos, y en los que prácticamente sólo existía ese perfil. Hasta hace relativamente poco tiempo no hemos empezado a tomar conciencia en España de que las funciones del museo deben ser ejercidas según criterios profesionales: aun así muchos museos públicos sobreviven con la figura del conservador-Leonardo y los privados han adoptado su propio y particular aparato profesional. Así que nadie ha necesitado, y pocos han demandado, que se definan los perfiles y las competencias profesionales en los museos. Y es que a lo mejor no interesa pues de la indefinición se nutren el intrusismo y la discrecionalidad.

Museo de León en 1934 (foto procedente del Portal de Museos de Castilla y León. Autor Winocio).

Aceptamos entonces que las funciones de los museos deben abordarse con rigor profesional, nacido de la formación, de la experiencia o de ambas. Si bien esto parece cierto en cuanto a los grandes museos, no es una dinámica habitual en muchos de los demás museos pues todos conocemos sobrados casos que demuestran que lo ideal no suele concordar con lo real.  Y aunque los titulares de los centros tuvieran interiorizadas estas necesidades ¿podrían asumir todos los centros plantillas tales como para tener cubiertas todas las funciones con la firmeza deseable? Solamente en Castilla y León se calcula que hay más de 400 museos, y subiendo; muchos de ellos se mantienen con cifras de visitas anuales que a duras penas sobrepasan las 2.000. De modo que suponiendo que cobren una entrada media ¿pensamos que sus ingresos serán suficientes para sostener sus gastos corrientes y de personal, no digamos los de actividad? ¿Con esos recursos es posible que cuenten con profesionales adecuados? Y en ese caso ¿qué perfil es el preferible? Tenemos muchas opciones: conservador, pedagogo, historiador, gestor cultural, economista, dinamizador... ¿Cuál escogemos?

La propia supervivencia de los museos va a depender en el futuro del modo en que afronten la incorporación de profesionales, del calado de su formación, de la experiencia que se exija y de cómo sean los incrementos en las plantillas. Para ello tal vez sea útil disponer de las siguientes herramientas:
  • la adopción por parte de los titulares de los centros de un modelo de trabajo colaborativo en red, y en redes, algo ya inevitable hoy en día.
  • la configuración de ofertas individuales o confederadas de profesionales que puedan prestar multi/pluri-servicios a los museos y que permitan a éstos la adquisición de productos (administrativos, técnicos, científicos, de asesoría…) en función de sus necesidades.
  • la firme definición y promoción de las figuras de alumnos en prácticas, becarios y voluntarios como medio para garantizar su participación en la construcción del museo.
Seguro que a ti se te ocurren otras. Eso sí, recuerda que el respeto es un principio que solamente es estimable si es recíproco.


"Colaboración originalmente redactada para la iniciativa #MuseosPro". En este enlace puedes verla, y en este otro se explica qué es #MuseosPro.

lunes, 10 de febrero de 2014

QUIZÁ LA CUESTIÓN NO SEA SI LOS MUSEOS ENTIENDEN LAS REDES SOCIALES


A propósito de la reciente jornada #MuseosNoEntienden, magníficamente organizada por el Museo Nacional de Escultura, me rondan una serie de reflexiones por la cabeza. La mayoría me iban surgiendo a medida que avanzaba el debate de por la tarde. Algunas se apuntaron o insinuaron allí, y otras son derivaciones lógicas de los planteamientos expuestos.

Cuando se habla de museos siempre tengo la sensación de que a veces se nos olvida que son instituciones que realizan otras funciones más allá de la expositiva. Tendemos a simplificar su dimensión por costumbre o por comodidad y generamos una especie de metonimia conceptual que relativiza la labor que hacen los centros. Este error es muy común en la sociedad y resulta particularmente preocupante cuando afecta a las políticas museísticas, sobre todo cuando se pretende utilizar a los museos como un valor de prestigio y propaganda. Pero eso es otra historia.

Seguramente buena parte de la culpa de esta generalización sea nuestra, de los profesionales, por no haber sabido explicar qué es lo que hacemos, por qué lo hacemos y para que lo hacemos. No conseguimos comunicar a los ciudadanos que el museo no solamente exhibe, sino que también adquiere, conserva, documenta, investiga, educa… Estas funciones, que cualquier museólogo conoce de carrerilla, no son vistas por por los usuarios del museo como propias de la labor diaria y quizá por eso devoran los museos que jalonan sus viajes, pero no pisan el que tienen dos calles más allá.

He utilizado la palabra usuario con toda la intención. Desde hace tiempo yo prefiero nombrar a las personas que van al museo con ese término porque “usan” el museo además de visitarlo, dándome cuenta de que el término es también sinónimo de consumidor, usufructuario, beneficiario, o cliente. Y desde este planteamiento, el usuario elige la manera que mejor le conviene para relacionarse con el museo, ya sea de modo individual, grupal o comunitario. Y en esta relación el museo tiene que ser capaz de ofrecer experiencias particularizadas, a medida y a demanda.

Naturalmente la visita será siempre la función más visible del museo, quizá la más importante, pero no hay que temer una convivencia con otros hábitos como la visita virtual que siempre será alternativa o complementaria. La diferencia ahora es que el usuario, gracias a Internet, dispone de muchísimas más posibilidades para disfrutar del museo: se puede acercar al museo en busca de información, puede seguir sus cuentas en redes por simple postureo, puede necesitar fotografías de las colecciones para su trabajo o estudios, quizá acuda a la biblioteca con afán educativo, o pude participar en cualquiera de sus actividades culturales en busca de deleite o enriquecimiento. Y esto significa que, a la hora de la mera cuantificación, la visita presencial debe tener tanto valor como los usuarios de la web, los followers de las cuentas, las estancias en la biblioteca o las consultas de los investigadores. O al menos una consideración específica.

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Fotografía de familia de los asistentes difundida en Twitter por @MuseoEscultura

Desde ese planteamiento y dentro del ámbito 2.0 (o ya 3.0, quién sabe)  el museo debe abordar un cambio conceptual o al menos modular su concepto tradicional. Y en este proceso es donde debemos situar la generalización de las redes sociales, simplemente como herramientas que van a permitir múltiples conexiones a partir de las cuales se generan, desarrollan y fortalecen los vínculos con la sociedad. Pero además van a servir como elemento informativo para conocer los deseos del usuario, qué opinión se ha formado de la institución, si la recomienda o no, qué quejas tiene, o las sugerencias que plantea; e incluso para conseguir recursos que contribuyan a la sostenibilidad del museo.

Pero no nos volvamos locos, acabamos de empezar con esto y estamos aprendiendo, experimentando. Solamente ahora alguien empieza a explicarnos la mejor manera de proceder y generalmente no disponemos de recursos de comunicación o marketing para abordar de manera eficiente esta aventura en la que hemos entrado. Como en las siete y media: o te pasas o no llegas. Lo preocupante a mi juicio, es que estos proyectos socialmedia suelen ser producto de compromisos personales que, esperemos que no ocurra, se disolverán en el mismo momento en que el gestor de redes cambie de destino.

Mi sensación además es que las administraciones públicas no creen en las redes sociales, ni siquiera en los museos osaría decir, así que mucho menos están preocupadas de las redes sociales aplicadas a los museos. Creo que solamente son resultadistas, en consonancia con este mundo enfermo por las cifras, y que su única preocupación son ciertas cifras finales. Y ahí es donde se equivocan claramente pues deberían considerar la calidad de esos números. Si las grandes marcas no buscan en las redes sociales una cantidad determinada de seguidores, sino que buscan clientes potenciales o la fidelidad de los que ya tienen, si miden su éxito sin mirar, salvo de soslayo, el total de seguidores no veo por qué las administraciones no deberían seguir ese criterio. Bueno, sí lo veo pero tardaría mucho en explicarlo.

Así que creo que, en el fondo, no conocemos ni entendemos a nuestros usuarios, y al no conocerlos no sabemos cómo definir e interpretar nuestra misión. Y este conocimiento debe ser anterior al entendimiento de las redes sociales. Es más, debe reflejarse en algo que sorprendentemente es muy poco común en los museos españoles: el plan museológico. Hasta que no lo [re]elaboremos no vamos a ser capaces de cumplir nuestro “servicio a la sociedad y a su desarrollo”; quizá la parte más importante de cualquier definición de museo.  

Esta que acabo de plantear  creo que es la cuestión a la que debemos dar respuesta en primer lugar. Mientras tanto ¿entienden los museos las redes sociales? Pues unos mejor que otros y unas mejor que otras. En nada tendremos aquí las gafitas inteligentes y quizá debamos olvidar todo lo que hemos aprendido en estos pocos años.

La reflexión y la autocrítica empiezan ahora.