Lo bueno que tiene #MuseosPro es que los temas y su orden
están bien planteados y de este modo los debates de cada jueves acaban
apuntando hacia la siguiente convocatoria. Ello permite que se siga una
argumentación coherente y que se esbocen cuestiones que pueden responderse en
los siguientes posts.
Hoy toca hablar de cómo los profesionales y las empresas
independientes colaboran con los museos. La impresión que tienen muchos
profesionales, tanto nuevos como ya curtidos, es que los encargos se adjudican
a dedo y que apenas hay control, favoreciéndose a determinadas empresas por
diversos medios (que serían largos de relacionar aquí y que cualquiera que
trabaje en, o para, las administraciones públicas conoce).
Pues bien, la mala
noticia es que esto es una cuestión de raíz, que se encuentra en lo más
profundo de nuestra sociedad y que debe arreglarse a nivel estructural. Los
instrumentos de gestión y sus normas, suelen ser lógicos, razonables y justos, pero
si no lo son quienes las aplican hay vías para evidenciarlo.
La situación se complica pues empieza a generalizarse la
costumbre de contratar a empresas de servicios que optan a los contratos y
contra las que no pueden competir otras empresas más pequeñas o los autónomos.
¿Por qué? Pues porque cuentan con una infraestructura empresarial que les
permite reducir costes, a veces también contactos, y pueden ofrecer ofertas más
ventajosas para la Administración; lo cual sabemos que es el principal criterio
de adjudicación. La consecuencia es que, conseguido el contrato, acudirán al
mercado en busca de los más preparados, más listos y “más dóciles” (perdón por
la expresión), y les pagarán poco más que un subsidio. Vamos, como en las
películas norteamericanas de estibadores.
Frente a la situación se postula la labor beneficiosa que
pueden realizar colegios y asociaciones profesionales. Considero que son muy
útiles en lo referente a la definición de una deontología profesional, o de
buenas prácticas de gestión, y también como foros de crítica constructiva o
elementos de impulso y asesoramiento para quienes se inician en la profesión.
Así mismo son instrumentos adecuados para ejercer un seguimiento y control del
ejercicio profesional, llegando al extremo de poder constituirse en interesados
para la denuncia de malas prácticas.
Aun así, también tienen defectos. En mi opinión, por un lado
se encuentran los de aquellas asociaciones de profesionales orientadas
fundamentalmente a defender los intereses de trabajadores de museos,
preferentemente en lo relativo a derechos laborales, oportunidades de
formación, fomento de relaciones entre personas o entidades o búsqueda de
bonificaciones en la visita. Suelen tener una trayectoria y un prestigio
consolidado pero su mayor riesgo es caer en una autocomplacencia lampedusiana.
Y por otra observo los de las agrupaciones de profesionales que
tratan de facilitar y mejorar las relaciones de sus miembros entre sí y con los
diversos agentes que participan en la gestión del museo. Su labor tiene a
priori un carácter más independiente, pero tienen el peligro de depender en
exceso de los impulsos personales y puntuales de sus representantes; en
ocasiones esta subordinación es perjudicial pues, al convertirse aquellos en
interlocutores directos con las administraciones públicas, que es donde de
momento suele estar el dinero, la labor de la asociación puede acabar siendo desactivada
por la vía de la subvención o del trato preferente.
En definitiva, si este tipo de asociaciones alcanzan a
disponer mecanismos idóneos de renovación y ajuste, si adoptamos mayor grado de
compromiso con ellas para que en el futuro adquieran la relevancia suficiente
como para convertirse en canales de participación social en los museos, es
posible que consigamos resolver los problemas sobre definición de la profesión,
formación y contratación sobre los que hemos venido opinando.
"Colaboración originalmente redactada para la iniciativa #MuseosPro". En este enlace puedes verla, y en este otro se explica qué es #MuseosPro.
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