viernes, 16 de febrero de 2024

«QUIERO SER UN BOTE DE COLÓN...»

 «…y salir anunciado por la televisión». Era la pegadiza letra de una canción de los primeros años 80 que viene al pelo para introducir el tema de hoy, que no es más que la tan comentada descolonización de los museos. Sé que en este mundo acelerado en el que se todo se consume vorazmente, ya sea comida, experiencias, pasiones o noticias, nos pueda parecer que es un debate ya antiguo y olvidado. Pero como me crie en una sociedad flemática me quiero refugiar en la obstinación de considerar las cosas cuando lo crea conveniente y en dejar que las ideas se decanten durante un tiempo para emplatarlas limpias y sabrosas. Aunque aventuro que la polémica va para largo.

La letra de la canción que titula ya criticaba, de algún modo básico e ingenuo, a la sociedad consumista de entonces, sin imaginar siquiera los límites que esta sería capaz de sobrepasar y que, muchas veces a causa de prejuicios heredados y atrevidas ignorancias, llega incluso a cuestionar la constitución y gestión de las colecciones de los museos; que es en nuestro caso lo que nos preocupa. El bote de colón, en este contexto, nos sirve para presentar la insignificancia del objeto como fetiche y cómo este rasgo lo descontextualiza hasta hacer que pierda su significado en pos de una naturaleza solamente ornamental.

Por la misma época ochentera agonizaba la existencia de uno de los juguetes más vendidos del desarrollismo español, el Madelman; aquel muñeco articulado con fascinantes variedades que acabó siendo liquidado por las insaciables corrientes de la mercantilización. Entre los modelos disponibles se encontraba uno de los primeros que tuve, el «Kenia safari», en cuyo kit convivían un explorador y un porteador.  Inspirados, probablemente, en imaginarios «livingstonianos» y «tarzanianos» estos personajes eternizaban en el inconsciente infantil la figura del europeo dominante junto a la del nativo subordinado, por no decir sumiso. En defensa de la estampa hay que decir que es cierto que a la jungla tienes que ir ayudado por mano de obra y guía de la zona, del mismo modo que en el Camino de Santiago buscas que te lleve la mochila una empresa de mensajería cercana y no te traes unos sherpas al efecto y que en todo esto algo tendrían que ver Verne o Salgari. Pero, aunque estemos en un mundo globalizado donde ya no puede sorprendernos que tengamos que comprar aceite de oliva africano para vender el propio a los italianos, que estos lo etiqueten como suyo y lo vendan en EE. UU., lo que asombra es que cuarenta años después queramos mantener paradigmas de alienación y que haya que luchar desaforadamente para hacer patente la incoherencia de pretender que el pasado es inmarcesible y que este asunto hipoteque otro futuro posible.

Y pasa igual, sin ir más lejos, en las películas de Indiana Jones, donde curiosamente la participación de los indígenas sirve de algún modo como pretexto para «rescatar» magníficos artefactos que, a riesgo de que sean saqueados y hurtados a la memoria del mundo, acaban en un museo, cuando no reposan en el colapsado y apartado almacén de los secretos; eso sí, siempre ubicado en un país del blanquérrimo Occidente. Desde luego que la acción trascurría en momentos en los que estas cosas se veían como normales, por lo que el afán no está en pretender que se corrijan las ambientaciones para adaptarlas a los valores modernos. Lo que se procura, en este caso, es poner el punto de mira sobre la manera en que se construye un imaginario y reparar en que es complicado hallar argumentos a favor de la descolonización que sirvan ante quien no se preocupa de ir más allá de un universo inmediato y cómodo.

En el fondo de la cuestión de la descolonización de los museos se encuentra la misma construcción del mundo y una visión eurocéntrica de este que ansía apuntalar, a costa de un evocador pasado de conquista, una cada vez más mermada y raquítica influencia sobre la globalidad. A veintipocos años del inicio del siglo un buen número de países, los países del «tercer mundo» (adviertan otra imposición terminológica del continente nuclear), tienen derecho a ser ellos quienes interpreten su historia conforme a su pensamiento. Aquellos países con un pasado a expensas de las metrópolis occidentales, muchos de ellos ahora «emergentes», cuentan con una postura suficientemente decidida para reclamar la autoría del relato y con el convencimiento de que su historia debe ser escrita a partir de su papel protagonista y no como el resultado de la condescendencia de las comunidades que, pretendidamente, las alumbraron.

Pero el gran problema que encuentran estas comunidades es que la construcción de su identidad está horadada y minada por los grandes vacíos que hallan a la hora de ilustrar y documentar a uno de los instrumentos que mejor sirve a estos propósitos: la institución museo. Y dentro de esta, la herramienta más significativa con que cuenta para constituir una comunicación intelectual y emocional con el visitante: la colección. Y les duele viajar a las grandes capitales europeas, a los santasanctorums de la museología, y encontrar las posesiones de sus ancestros muchas veces con apenas referencias, desposeídos de un contexto, presentados más como trofeos que como piezas de un constructo social e histórico y despojados del significado que se les dio al crearlos. Y únicamente porque la presentación expositiva no tiene en cuenta su trascendencia en el seno de una comunidad concreta.

Pero lo peor de la controversia sobre la descolonización es advertir el curioso fenómeno que se produce actualmente en esta sociedad vertiginosa de la que ya hablábamos cada vez que se roza, aunque sea, cualquier pilar de la identidad. Y no es más que el furibundo rechazo que se ha generado ante lo que algunos consideran una descapitalización de los museos, un revisionismo a merced de la dictadura progre, acomplejado y embadurnado de presentismo y, si me apuran, un atentado a la identidad judeocristiana, liberal e incluso androcéntrica.

Y en esta pelea, más suya que de la gran mayoría de la sociedad, es interesante que para defender esta postura anti-descolonizadora se acuda siempre a la opinión de politólogos, divulgadores, historiadores, tertulianos y prescriptores de diverso pelaje, «expertos», opinólogos en general, a quienes hemos dejado que invadan todo el universo cultural. ¿Todo? ¡No! En este panorama aún nos queda una pequeña aldea poblada por irreductibles museólogos que resisten contra la imposición de la hegemonía cultural y quien solamente les queda el recurso de acudir al tan poco común, desgraciadamente, ejercicio del pensamiento crítico. Fíjense, iba a hacer el chiste al decir unos «museógalos», pero finalmente lo descarté por no tener demasiada gracia y para eludir una proximidad inoportuna con algunos padres de la museología, galos también, que en cierto modo fueron reos, perpetradores más bien, de esta arquitectura europea del lenguaje museológico. Es inevitable que, como muchas veces pasa, las deslumbrantes luces de su esfuerzo por los museos hayan producido las duras, oscuras y afiladas sombras que ahora toca combatir.

Pero no vayan a pensar que los museólogos estamos interesados en mantener guerras culturales con el resto de la humanidad. Precisamente los museos son instituciones de prestigio en cuyo seno procuramos fomentar debates sobre el pasado y el presente, sobre el lugar de donde venimos y hacia dónde queremos ir; y siempre con espíritu de concordia. En este mismo blog ya se ha hablado de que los museos no son neutrales y, sin que ello signifique que deban ser beligerantes, lo que no podemos es seguir amparando discursos que perpetúen la exclusión, la sumisión a ideologías dominantes o la subordinación a una historia monolítica en la que se privilegie un único punto de vista. En definitiva, sigue siendo necesario recordar que el no adoptar postura es, precisamente, elegir una (la de no participar), de modo que esta aséptica y no comprometida neutralidad suprime el conflicto y esquiva la capacidad de la sociedad para avanzar.

Llevo tiempo diciendo que la misión de los museos es hacer felices a los ciudadanos y evidentemente no se puede ejercer dicho cometido cuando se pretende que nuestros museos se empeñen en evitar preguntas incómodas. Interrogarse sobre si estamos contando nuestra historia como parte equivalente de un todo o si necesitamos construirla a partir del mantenimiento de rehenes (las colecciones); sobre si el discurso que queremos es el de la sala de trofeos o el gabinete de curiosidades en lugar del que surge de una asamblea ciudadana como manifestación de la independencia comunitaria; o sobre si lo que queremos que nos identifique es una relación afectuosa y enriquecedora entre colectividades o el enfrentamiento excluyente entre oponentes. La elección es únicamente nuestra.

Cuestionarnos esto es lo que nos diferencia a los museólogos de la mayor parte de los opinólogos; los de sentencia virulenta, los que temen que queramos atentar contra la historiografía y les cambiemos las reglas, como si la letra cincelada en su manual de historia, amarillento por el sobeteo y la idolatría, fuera más importante que la historia real; un vademécum más valioso que el inevitable compromiso del conservador de museos de presentar la memoria desde puntos de vista poliédricos. Pues bien, para rebatir su verborrea fácil, insensata e impensada, solamente podemos usar procesos que duden de las verdades absolutas y que nos permitan analizar y evaluar nuestros razonamientos para generar así el armazón idóneo de un contexto auténtico e irrefutable. La verdad es que, en esta batalla, que no ha de ser solo del museólogo sino de todos, es fácil entrever en el opuesto el temor a la pérdida de una conciencia dominante y excluyente que se alimenta de rancios símbolos, endogamias y homogamias, antagonismos, maniqueísmos, purezas de condición (por no decir de raza) y un avaricioso afán por el poder y el dinero. El interés de aquellos cuyos bolsillos están forrados de tela de bandera.



Feminismo anticolonial desde el sur: la desobediencia visual de Mujeres Creando - Scientific Figure on ResearchGate. Available from: https://www.researchgate.net/figure/Figura-6-Figurita-de-la-Ekeka-Feminista_fig3_376938957 [accessed 16 Feb, 2024]
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Pero volvamos a lo que realmente significa descolonizar los museos tras haber dibujado los motivos por los que se ataca tan ferozmente esta intención. De las carencias que tienen las comunidades para narrar sus orígenes y devenires, de este injusto escenario, ya se han dado cuenta los museólogos desde hace tiempo pues tenemos la costumbre, afortunada o desdichada, de cuestionarnos hasta el mismo concepto de museo casi desde el mismo momento en que acordamos uno. Y en ese intercambio epistemológico, que se produce entre comunidades de todo el mundo, se ha advertido la posición dominante de la museología Europa y Norteamericana sobre las del resto de continentes, de modo que se producen factores de corrección mediante la generalización de instrumentos que cuestionan la propia disciplina de la museología en cuanto a cuestiones como la descolonización. Por suerte, en la reciprocidad de inquietudes que se plantean en el seno de la comunidad museal se encuentra la razón de la preocupación actual de los museos del mundo por abrir el debate de la descolonización.

Pero las herramientas disponibles, como la guía realizada por Museums Association, son meros mecanismos técnicos que pueden servir para enfrentarnos responsablemente a la cuestión de que, en muchos casos, atesoramos colecciones que pertenecen a otra comunidad, en el sentido de que son hacedores aunque no titulares. Y para llegar hasta allí tendremos que afrontar todas las fases del duelo, que al fin y al cabo es lo que esto es: la pérdida irremediable de otras glorias e incluso del honor. Ahora mismo nos encontramos en las fases de negación e ira ante la «desfachatez» de los museos, y de otras instituciones sensatas, de siquiera cuestionar la legitimidad (que no legalidad) de la reivindicación. Luego llegará la negociación con sus juegos de trileros, extorsiones y compensaciones, pero es muy probable que todo termine en aceptación tras la correspondiente depresión. Miren si no cómo se está desarrollando el tema en otros países.

No vayamos, sin embargo, a caer en la trampa del presentismo y del simplismo. Existen muchas colecciones en los museos que están en ellos mediante procedimientos que eran decididamente legales en su momento histórico (producción de un estado constituido legalmente, regalo, compra, intercambio, etc.) pero también hay muchos casos de colecciones saqueadas, expolios y engaños que deben analizarse detenidamente. Lo que proponemos los museos y museólogos es que se examinen las situaciones existentes, que se reconozcan las realidades de cada caso y que ello conlleve, si acaso, la adopción de medidas que contribuyan a que las colecciones de los museos se encuentren en el lugar que deben. Esto no significa que haya que restituir cada objeto, desde luego, pero no vamos a poder eludir la obstinación de la realidad durante mucho tiempo, por lo que es preciso que impulsemos el ejercicio de valorar la probidad de las reclamaciones; y en la cuestión de la descoloniación en España ya vamos por detrás, para variar, del resto de democracias de nuestro ámbito.

Y tampoco nos quedemos envarados en la mera restitución o no porque la descolonización no solamente tiene que ver con la procedencia y destino de objetos de museos, ya que implica una revisión profunda de asuntos tales como el uso del lenguaje y la simbología, de las relaciones entre los objetos y sus procedencias, de las historias ocultas u ocultadas, del reconocimiento de la diversidad o del idioma, de las presentaciones con restos humanos o del tratamiento del género, raza o condición en la presentación museística. Así de complejo es esto y sin haber rascado apenas la superficie.

Los museólogos debemos rechazar los ataques de aquellos que aún no se han dado cuenta de que el museo ya no está centrado en objetos, sino que lo está en personas; y en esta aspiración somos la vanguardia que ha de orientar la línea política de las instituciones culturales. Sed resistentes, pues ante aquellos que quieren imponernos la terquedad de la historia áulica vamos a tener que responder a menudo con la magnífica frase de I am so fucking thankful that you are here to explain my job to me.

jueves, 18 de mayo de 2023

VALLADOLID CULTURAL EN CLAVE ELECTORAL

Hace 8 años tuve el arrebato de comparar los programas electorales de los partidos que optaban a gobernar la ciudad de Valladolid. Mi ambicioso propósito era facilitar a los seguidores de este blog una herramienta que sirviera para analizar propuestas desde el punto de vista de la cultura y los museos e iniciar una tradición que aportara perspectiva a través de entradas sucesivas en cada cita electoral y que sirviera, además, como agenda para el seguimiento de la labor de gobierno y de oposición. Pronto me di cuenta de que la empresa no iba a ser fácil por la falta de costumbre de los partidos al dar difusión de los programas y por la escasa arquitectura organizativa y la ambigüedad más o menos generalizada en su redacción. Además, en la siguiente convocatoria se me echaron encima el tiempo y la pereza (quicir procrastinación) y fui yo mismo quien faltó la cita. Vuelvo a ella con la suerte, quien sabe si desgracia, de que el trabajo será más liviano pues en esta ocasión no hay convocatoria para las elecciones autonómicas.

En primer lugar, quiero celebrar que aquellas críticas que hacía en 2015 sobre la falta de difusión de los programas se hayan corregido razonablemente bien. Esta vez voy a analizar los programas de los partidos que actualmente tienen representación en el Ayuntamiento: PSOE, PP, Valladolid Toma la Palabra (que aglutina con las siglas VTLP a Izquierda Unida, Podemos, Equo y Alianza Verde), Ciudadanos y VOX. Pues bien, salvo este último partido, cuyos planteamientos no podremos valorar porque no ha publicado su programa, el resto de los partidos ha colgado sus programas de manera clara y evidente en sus webs en los primeros días de campaña y los ha difundido a través de las redes sociales. Agrada ver que en estos años hemos ganado en transparencia y en respeto a los ciudadanos, sobre todo para aquellos que nos gusta forjar opinión a partir de nuestro propio pensamiento crítico. Aunque solamente sea para afianzar posiciones o buscar críticas en lo opuesto, siempre es de valorar que exista la posibilidad de contrastar opciones.

La primera conclusión que podemos extraer es que hay una marcada contraposición entre los programas de los partidos que componen el equipo de gobierno desde 2015 -PSOE y VTLP-, frente a los de la oposición -PP, Ciudadanos y VOX-. Un somero vistazo a lo publicado nos muestra dos sesgos perceptibles en los programas: el del equipo de concejales actual, dentro de un marco progresista en el que la cultura se concibe como un bien esencial, participativo, espacio creativo de diálogo y debate, aunque bien es cierto que con alguna pincelada economicista. Y el de los munícipes de la bancada opositora, donde predomina la idea de la cultura construida sobre el mercado que busca el retorno económico en cada propuesta y donde prevalece el ocio por encima del disfrute; eso sí con alguna modulación en lo social. A ambos lados encontramos esa permeabilidad entre los bloques identitarios, provocada sobre todo por una contaminación conceptual generalizada que inventa una idea de la cultura como bien de consumo, herramienta al servicio del turismo o arma para la hegemonía cultural; estigmas que, por cierto, tantas veces hemos cuestionado en este blog.

Ejemplo evidente de esta diferenciación de actitudes y aptitudes se observa en las propuestas presentadas para el antiguo Monasterio de Santa Catalina de Siena, adquirido en esta legislatura por el Ayuntamiento y para el que debe haber unos cinco millones de euros de fondos europeos. Por un lado, el PSOE anuncia que lo convertirá en un centro cultural del vino con un hotel con capacidad para 20 habitaciones (pincelada liberal), al que añadirá un centro cívico-deportivo con piscina, gimnasio, un centro de día para mayores y un espacio para ampliar el archivo municipal (marco social); y sin que haya propuesta concreta para este espacio, VTLP, también pone el acento en posiciones de política cultural de avance social, coordinada y cohesionada. Por otro lado, el PP quiere promover un Parador Nacional tematizado en torno al vino y un gran evento bajo el nombre de Valladolid Wine Festival (cultura construida sobre el mercado), mientras que Ciudadanos habla de un espacio multiusos (modulación social).


Iglesia en Valladolid from Valladolid, España - Monasterio Santa Catalina de Siena. CC BY-SA 2.0. Created: 20 April 2018

Aquí debo decir que el proyecto para Santa Catalina de Siena es una oportunidad única para la cultura vallisoletana al disponer un espacio de más de 10.000 m2 en el centro de la ciudad. La verdad es que lo que se está anunciando parece ilusionante al combinar los usos públicos culturales y socio-deportivos junto a los usos de explotación turística y comercial, si bien chirría un poco lo de la piscina que, por otro lado, es un recurso que no existe en esta área urbana y que al parecer es muy demandado. Lo que echo de menos es que no se cree un centro museístico y es algo que asombrará en mí, poco dado a fomentar y jalear la creación inconsciente de museos. Pero creo que sería un lugar único para un museo de la ciudad, del que carece Valladolid y que no suple el recientemente creado Centro Marcelina Poncela, porque permitiría dar muestra digna a un sinfín de colecciones repartidas por otras instituciones, además de poder acoger depósitos y donaciones de particulares, y que podría articular una propuesta museística vallisoletana notable a partir de un eje constituido por el Museo Patio Herreriano, el Museo de Valladolid, el Museo Nacional de Escultura y este futurible museo, en un enclave privilegiado del casco histórico pues prácticamente todos ellos se encuentran dentro de la primera cerca medieval.

Y volviendo a análisis electoral es un poco descorazonador comprobar que, más allá de la orientación que adopta cada partido, se comprueba una diferencia determinante de esfuerzos a la hora de trabajar en los programas. Quien se tome la molestia de examinar todos los documentos verá que los del PSOE y VTLP se asientan en la confianza que da una trayectoria consolidada durante ocho años, trabajada y meditada, lo que le permite contar con una perspectiva que los lleva a presentar propuestas a futuro muy concretas y factibles y que, quizá por un proceso simbiótico, encuentra puntos de complicidad y trazos comunes; algo que deviene en unos programas precisos y ambiciosos. Por su parte, los documentos del PP y Ciudadanos se manifiestan como el resultado de una falta de bagaje reciente, a rebufo de los triunfos de sus contrarios y que muchas veces parecen ser una versión propia de lo que los otros han propuesto o el puro resultado de la idea sobrevenida, carente de reflexión y excesiva en la ocurrencia. Y lo inquietante no es eso, que podríais decirme que esta valoración es fruto de la subjetividad, sino que lo que de verdad alarma es que esta diferencia de esfuerzos ya se observaba en el análisis que hacíamos en 2015, lo cual es manifestación del interés que cada uno pone y ha puesto en el futuro de cultural de Valladolid y que califica el compromiso que se tiene respecto a los ciudadanos a gobernar.

No me quiero extender en un análisis concreto de las propuestas culturales, salvo para hablar un poco sobre museos. La verdad es que no hay demasiadas sugerencias sobre museos en los programas, más allá de generalizaciones y menciones a estas instituciones, además de alguna vuelta a proposiciones antiguas. De este modo vemos cómo el PSOE da una vuelta al Museo Patio Herreriano al quererlo conectar con grandes museos europeos, después de haber propuesto que fuera subsede del Reina Sofía, en una mención que no tiene mucho de concreta y que habría que contrastar con el proyecto del actual director. En este aspecto, no seríamos justos si no recordáramos aquí ciertas fricciones que sucedieron con la gestión de este museo. También apuesta el PSOE por un impulso al Museo de la Ciencia, algo necesario para un centro que no ha sido demasiado favorecido por las administraciones y que sin embargo es, gracias a su propio esfuerzo, uno de los referentes de la divulgación científica en Castilla y León. Es preciso recodar, asimismo, que esto ya se decía en 2015 y si bien no tenemos elementos de juicio para valorar si se ha efectuado, las sensaciones abogan por que sí se ha producido. Finaliza este partido con la aspiración de crear un Museo Nacional Interactivo y Digital de Cine, pero es una simple intención de negociar con el Ministerio de Cultura y la Academia de Cine que no especifica ni sede, ni colección, ni misión, ni financiación. Vamos, los cuatro pilares sobre los que se construye un museo.

Por su parte, como hemos indicado, VTLP y Ciudadanos hablan genéricamente de potenciar la coordinación de museos, la creación de grupos de trabajo, la captación de públicos y la mejora en su oferta cultural. Me sorprende algo la sencillez de la propuesta de VTLP para los museos y no tanto la de Ciudadanos, aunque al menos los tienen en cuenta muy a diferencia del PP que ni los menciona en su programa y que solamente los contempla en otra referencia que parece querer corregir su parquedad inicial: sin embargo, aquí la única actuación de enjundia se refiere a una medida oportunista para mencionar una instalación que nunca ha sido, y que probablemente nunca pueda ser, un museo. No debemos dejar pasar, tampoco, su idea de crear un Museo Nacional del Cine interactivo que remeda un desatinado corta y pega de lo que ya había formulado el PSOE.

Recomiendo que cada uno de ustedes se tome la molestia de leer los programas. A partir de aquí, saquen sus propias conclusiones y disfruten lo que van a votar.

viernes, 3 de marzo de 2023

VOCACIONALMENTE HABLANDO

El trabajo es ese quehacer humano tan controvertido que nos sirve tanto para financiar nuestras necesidades como para realizarnos personalmente y es tan ansiado y denostado que muchas veces no sabemos si trabajamos para vivir o vivimos para trabajar. No dudo que cada cual tiene más o menos claro por qué trabaja, ya sea porque no queda más remedio, porque algo hay que hacer o incluso porque se disfruta haciéndolo; que de todo hay en la vida. Eso suponiendo que tengamos acceso a un trabajo en condiciones dignas de ejecución y de contrapartida económica pues, desgraciadamente, no es una opción que siempre se pueda elegir.

La mayoría de las personas aspiramos a tener un trabajo y, si tenemos la fortuna suficiente, muchas veces responde a las ilusiones que nos fuimos creando en nuestros años mozos. Cuando todas las circunstancias se conjugan de manera excepcionalmente favorable conseguimos trabajos que nos satisfacen personalmente y que cubren nuestras expectativas, lo que es una gran suerte porque, al fin y al cabo, gran parte de nuestra vida consciente (y un poco de la inconsciente) la dedicamos a la actividad laboral.

Si con el correr de los años hemos accedido a una formación concreta y hemos acabado ejerciendo profesionalmente el oficio para el que nos educamos, es muy posible que podamos ser encajados entre aquellas personas que trabajan de manera vocacional. Pertenecer a esa extraordinaria categoría es, normalmente, sinónimo de que el trabajo va a comportar unos índices extremos de calidad, pues en el resultado de nuestros afanes se podrá encontrar eficacia, eficiencia, compromiso, productividad, creatividad, perspectiva…, y muchos otros galardones de los que carecen los trabajos chapuceros, toscos, imperfectos y mentirosos.

La vocación es más meritoria, si acaso, cuando se aplica a los trabajos públicos, ya que en aquellas acciones que benefician a muchos es donde se encuentra la posibilidad de conseguir grandes logros y, al observar una preocupación máxima por el bien común, donde desarrollar entornos sociales sólidos y pujantes. Como todo ello contribuye al progreso y al bienestar, los trabajadores públicos que ejercen por vocación, y que suelen poseer una importante vocación de servicio, han de ser valorados como elementos indispensables de la arquitectura de una sociedad avanzada. Que lo sean o no es una cuestión para tratar en otro momento.

Personalmente mi vocación siempre fue la memoria del hombre. Con seis o siete años descubrí fascinado que existía algo anterior a la Historia que alguien había categorizado en Edad de Piedra, Edad de Bronce y Edad de Hierro. Desde ese día tuve claro que mi futuro se encontraría en el estudio, descubrimiento y qué se yo lo qué del hombre y su paso por el planeta. Y con el devenir de los años acabé estudiando Arqueología para acabar dedicándome, por esas cosas de la vida, a los museos desde una administración pública. Y he de decir que, gracias a otras influencias ambientales, he procurado aplicar a mi capacidad profesional todos esos valores de mi personalidad que catalizan mis aptitudes: responsabilidad, lealtad, respeto, honestidad o justicia entre otros. Añado también que en todos estos años me he encontrado muchas personas con semejantes aptitudes, en este caso en el ámbito de la cultura, y puedo afirmar tambien que no se encuentran únicamente en aquellos oficios que solemos considerar como puramente vocacionales como la medicina, la educación, la cultura o la seguridad, sino que son frecuentes en personas que trabajan en la pura y dura administración de las cosas y las gentes.


Aunque, por desgracia, entre nosotros también podemos encontrar a otras personas cuya única vocación es consigo mismas. Da igual cuál sea su oficio original o cómo se haya desarrollado su trayectoria que siempre encuentran la mejor manera de lograr el beneficio propio. Suelen ser muy hábiles, sibilinos, narcisistas, amantes de lisonjas, las ocurrencias, el reparto discrecional y el conchabe, y tienen un punto de sociopatía que les empuja con todo y sobre todos para alcanzar sus objetivos gracias a su falta de empatía, escrúpulo y remordimiento. Si hace falta son mercenarios, sobre todo de sí mismos, y si tienen que usurpar el oficio de otro no encuentran problema pues consideran oportuno todo movimiento que les mantenga cerca de sus propósitos. Como tampoco son constantes, van y vienen porque han abdicado del esfuerzo que conlleva el compromiso, son líderes de la mediocridad inoperante y maestros del artificio y del oropel.

La mayoría de estas personas son encuadrables en dos categorías: los tontos y los malos. Y aquí es donde siempre topamos con el eterno dilema de quién es peor, si aquel que no sabe lo que hace por ignorancia o el que hace las cosas perversamente. Particularmente creo que los tontos son más peligrosos por la sencilla razón de que son impredecibles, mientras que a los malos se les ve venir. El malo es muchas cosas, pero de entre ellas la más reseñable es que es cobarde, por lo que puede ser relativamente fácil de contrarrestar; cuando sabes de lo que es capaz puedes aplicar contramedidas y, sabiendo que es espantadizo, rechazarlo con cierto éxito. Pero el tonto es ignorante, incauto, errático e inesperado, de modo que no sabes cómo actuar contra ellos y las consecuencias de sus actos pueden ser desastrosas; quizá sea por ello que los malos utilizan a los tontos, pues son manipulables, enfermizamente obedientes y tan compulsivamente serviles que les sirven bien para esconder sus miedos y alcanzar sus deseos mediante el método del ruina montium. Apenas quiero pensar en que haya tontos maliciosos o malos atontados, pues sería regodeo o vicio de sufrimiento; tortura masoquista sin más. Pero veo tanto de ello a mi alrededor que, si no fuera por la suerte que tengo de dormir excelentemente, contaría mis sueños por pesadillas.

Mis amigas, mis amigos, mis amigues (esta expresión es para los ofendibles) saben que empecé este año deseándoles felicidad y recordando que la civilización siempre vence a la barbarie. En estos tiempos de tribulación me gustaría enfocar las diferencias entre una y otra, como información de servicio y por si no se han parado a distinguirlas;  o por si tienen oxidado el pensamiento crítico, que es cosa frágil que no conviene tener a la intemperie si no se va a usar. La barbarie la hallamos fácilmente en aquellos que priman el beneficio ante el servicio, se encuentra también entre los que enarbolan la bandera de la hegemonía cultural, aparece con frecuencia entre los que confunden la fe con la idolatría, y pretenden hacer de ambas la norma común que someta la sociedad de todos, y es muy común en aquellos que no distinguen entre cultura y tradición, llegando a jalear el maltrato y la ofensa a la memoria hasta el punto de cuestionar y agredir los derechos que tanto cuesta adquirir.

Por su parte, la civilización se halla entre los desinteresados, los que buscan la concordia y respetan la diversidad, o en los que admiran la razón y aman la ciencia y es modelo habitual de conducta para aquellos que dignifican la custodia y trasmisión del patrimonio común y los valores universales. Así de sencilla y abrumadoramente contundente es la civilización. Tan absoluta que se comunica mediante acciones y no por medio de lenguas.

En definitiva, la barbarie y la civilización son la compañía que elegiste al elegir vocación: tú o todos.  Si eres de los primeros, la mala noticia es que siempre te recordaremos según tu elección; la buena es que estás a tiempo de cambiar.

viernes, 22 de abril de 2022

EL SENDERO DE LA CUMBRE

El Grupo Scout Pisuerga 92, mi grupo, el GSP (gesepé para los iniciados) cumple cincuenta años. Lo celebramos el día 23 de abril, las familias, antiguos miembros y scouters, porque nos conviene y porque es San Jorge. Y es que los scouts somos gente muy práctica y damos mucha importancia a las tradiciones y a los símbolos.

Ya sabéis que este blog habla sobre todo de museos, pero también habla de mis intereses personales y entre ellos están mi trabajo y vocación. Para afrontar la vida cotidiana aplico los conocimientos y valores que he recibido, así que esta vez me parecía indispensable que en una efeméride como esta se cruzaran en la bitácora los cimientos de mi personalidad con los pilares de mi existencia adulta. Porque bajo mi punto de vista scouts y museos tienen muchos puntos en común ya que los dos ámbitos están “al servicio de la sociedad y de su desarrollo”.

Le debo mucho a mis padres y a mi familia, la natural y la elegida, pero también a mis amigos y compañeros. Y soy el resultado tanto de los medios que me han facilitado para ser la persona que soy, como de la compañía y cariño que me todos me han ofrecido. Naturalmente en esto se encuentran los años que llevo siendo scout que, a ojo, son casi 46. Os parecerán muchos, pero es que los cuento desde el día que ingresé en el Gesepé hasta hoy. Porque esto es parecido a un sacramento, que imprime carácter, y que he tenido la fortuna de disfrutar como lobato, tropero, comando o jefe (que así se llamaban antes), o como antiguo miembro, padre, amigo o compañero.

Hace cincuenta años se hizo oficial la creación de este pequeño grupo scout gracias al impulso de muchas personas encomiables. El grupo, y el escultismo, han evolucionado desde un país deprimido que nacía al futuro, y ambos han ido modulando sus valores y principios de manera paralela a la sociedad que los acogía. Los scouts ya no son solo aquellos chavales y chavalas, con uniforme, pañuelo al cuello y canillas, que se iban de acampada y cantaban en torno a un fuego y que fundamentaban su formación como personas sobre una determinada ética y moral; las propias de los tiempos que corrieran. Actualmente los scouts son un movimiento, sobre todo juvenil, con una dimensión educativa global y transformadora, destinado a hacer que la sociedad sea mejor; en definitiva a “dejar este mundo en mejores condiciones de como lo hemos encontrado” como dijo Robert Stephenson Smith Baden Powell quien, para el que haya caído por aquí sin saberlo, es el fundador de todo esto.

Mirad, la vida es una eterna lucha entre la barbarie y la civilización. Esto no es de ahora, pues se encuentra en la historía del hombre desde hace muchos años. Los griegos, por ejemplo, lo ilustraron hace unos 25 siglos en los frisos del Partenón mediante la batalla entre los Centauros y los Lapitas; la Centauromaquia. Pues bien, tras 2500 años podéis ver en la foto siguiente una metáfora de esa misma batalla que me gustaría valorar.


Se trata de una scout checa que hace frente a un neonazi en una imagen que ilustra perfectamente lo que es la versión moderna de esa lucha y que nos muestra algo que considero importante. Los scouts aprendemos una serie de técnicas y recibimos una serie de herramientas que nos proporcionan recursos para enfrentar la vida. La parte manual de este juego son la vida en la naturaleza, la cabullería, la autonomía personal, la cocina o el fortalecimiento físico, por ejemplo. Pero también recogemos un bagaje fundamental en principios y valores que se traducen en respeto, tolerancia, compañerismo, responsabilidad, libertad, solidaridad, empatía, igualdad, esfuerzo, independencia, amistad, compromiso, etc.; sabéis muy bien de lo que hablo. Me gusta pensar que el propósito de esto es entrenarnos para mecanizar respuestas a los retos cotidianos y, de este modo, poder usar el pensamiento crítico para analizar nuestro entorno, reflexionar y actuar con criterio propio. La scout de la foto ha formado juicio sobre cómo quiere que sea la sociedad, conforme a los valores que he mencionado, y como era de esperar reacciona y los defiende con firmeza. Ella contribuye a construir una sociedad mejor y, de este modo, se sentirá feliz y hará felices a las personas que le rodean. Y quiero creer que en un mundo ideal el energúmeno que la increpa acabará dándose cuenta de sus errores, aunque me bastaría que fuese capaz de plantearse la posibilidad de estar equivocado. Yo, personalmente, a diario dudo de muchas cosas y trato de entender lo que me parece diferente. Qué queréis, aprendí a hacerlo en los scouts.

Este es uno de mis propósitos desde aquel momento en que crucé la puerta de las “bases” y desde que formulé mi Promesa. Y es lo que he querido transmitir a mis amigos y a mi familia. De hecho, uno de mis mayores orgullos es haber traspasado el testigo a mi hija Claudia, que también es scout y ahora scouter, porque sé que ello le ha ayudado a ser mejor persona de lo que ya es y porque me agrada pensar que ella hará lo mismo por aquellos que vendrán después.

El título de esta publicación responde a una de mis estrofas preferidas de nuestro himno: “Alerta hermano Scout nunca dejes el sendero de la cumbre al servicio del esfuerzo […]”, en la que siempre he querido ver una invocación al atrevimiento, a ser tenaces, a caminar rectos y a mantenernos firmes.Y es una llamada a mantener nuestras convicciones, a ser leales a nosotros mismos. Ello, además, se hace alentando a nuestra vigilancia y llamándonos por nuestro apelativo más querido: scout. Para recordar este compromiso llevamos la pañoleta al cuello y, como seguro que pasa en vuestro caso, esta ocupa un lugar de privilegio en algún rincón especial de vuestras casas. La mía, la nuestra, es además maravillosa porque sus colores son los del trigo castellano y el agua pisuerguera.

Este es mi homenaje al Grupo Scout Pisuerga 92, a todos sus miembros durante cincuenta años, a todos los que sois scouts y a los que compartís nuestras vidas. A los que seguís ahí, a los que ya no estáis y a los que estaréis.

¡Buena caza y largas lunas!

jueves, 11 de marzo de 2021

ALGUNAS ANALOGÍAS CONFUSAS

Ya sabéis que me gusta la precisión en el lenguaje. Quizá sea manifestación inocua de mis manías compulsivas, acaso cosa de mi carácter cartesiano, tal vez muestra vehemente de ese ensoberbecimiento tan natural en mí. O simplemente una sublimación de semejantes defectos que resulta en una afición por emplear diccionarios de consulta, de uso o de sinónimos, y que tiene como consecuencia el que tarde más de lo normal en rematar mis escritos.

Ser impreciso al usar la lengua resulta ineficaz pues fragiliza los códigos de transmisión y distorsiona el mensaje. Del mismo modo muestra pobreza de recursos comunicativos o pereza para usar la mejor herramienta que el ser humano ha sido capaz de crear y alimentar e incluso conlleva peligros.

Está claro que cada uno usa las palabras del modo en que cree que mejor van a explicar sus razonamientos y por ello hay tantas formas de decir las cosas como autores. Pero es también evidente que detrás de la elección de un vocabulario determinado, y de la selección de figuras retóricas, existe un trasfondo que muestra lo que se piensa de las cosas. Nuestra interpretación de las mismas se forma a partir de experiencias, conocimientos y procesos críticos que generan las ideas que rigen nuestras acciones de modo que, si partimos de supuestos desacertados, o desde prejuicios y falsos planteamientos, podemos llegar a entender las cosas de modo diferente a cómo son en realidad.

He observado que el relato periodístico sobre todo, pero también de las administraciones públicas, muestra a veces un concepto del patrimonio cultural bastante alejado de la realidad, por lo general incompleto y sesgado, demasiado pendiente del valor mercantil de los objetos y que deja al margen su relevancia como herencia o como conjunto de rasgos que se transmiten y que configuran nuestra identidad cultural. Y creo que es posible que la confusión derive del uso de la palabra “patrimonio” que, para bien o para mal, solemos tener más asociada a bienes y riquezas. También es probable que si generalizáramos la palabra “herencia” o, mejor, “legado” nos acercaríamos más a interpretaciones más relacionadas con la identidad, la continuidad o la creatividad y que eso nos llevaría a considerarlo como algo propio, común y activo. A lo mejor por eso los ingleses usan la palabra heritage en lugar de patrimony.

Por eso me desconsuelan una serie de voces que tradicionalmente se suelen vincular a las prácticas relacionadas con el patrimonio cultural y, en concreto, a los museos, la arqueología y el arte. Y como ya expresé en otra ocasión, más por divertimento que por crítica (que también la había), a veces son prueba de un desconocimiento, sensacionalismo o presuntuosidad que, al pretender hacer más llana la comprensión del mensaje “sacrifica las virtudes propias de los bienes a costa de conseguir una valorización imperfecta”.

Entre estas expresiones se encuentra la célebre “museos vivos” o “dar vida a los museos”, un recurso retórico que representa la intención de estimular la acción de alguno de estos centros y que puede vincularse a una estrategia para impulsar sus entornos inmediatos, ya sea social, cultural o económicamente. El error al usar la expresión se encuentra en que si hay que vivificar un museo es porque entendamos que estaba muerto o porque creamos que estas instituciones lo están habitualmente y eso es una obsesión que está tan arraigada en la mayoría de la ciudadanía como en un altísimo porcentaje de aquellos a los que les corresponden las competencias de los museos. “Museos vivos” es una frase que también se utiliza para camuflar períodos de indolencia institucional, para desmarcarse de responsabilidades previas o para ostentar una ilusoria imagen de renovación. Posiblemente gran culpa de estos usos provengan de un mal entendimiento, inconexo y descontextualizado, del famoso manifiesto de Marinetti en el que se abogaba por una transformación radical a partir de la destrucción del pasado. Teniendo en cuenta esto, y sabiendo en qué acabo su deriva ideológica, es posible que articular discursos a partir de su dibujo de los museos como cementerios del arte no sea la mejor de las opiniones.

Relacionada con esta última idea se encuentra la de pensar en los museos como lugares de almacenamiento sin medida, centros de acumulación de objetos polvorientos y de cajas apiladas en equilibrio precario. A este esbozo han contribuido tanto la imagen de cierto arqueólogo que busca arcas para reservarlas luego en el olvido burocrático, como la del conservador abstraído que solamente cuenta con tiempo para el estudio y la investigación, apenas preocupado por si los objetos se presentan como deben. Parece claro que el museo y sus profesionales no hacemos suficiente para arrinconar estos arquetipos, e incluso diría que hay quien los fomenta porque “si la gente no viene al museo tampoco la vas a obligar”. En definitiva, la imagen del museo como una necrópolis desatendida se soluciona explicando lo que se hace en el museo y por qué se hace, es decir, explicando su misión y, por supuesto, abriendo de algún modo los almacenes como hizo recientemente, con tan buen acierto, el Museo Nacional de Escultura con su exposición “Almacén. El lugar de los invisibles”.

Entroncando también con este imaginario se encuentra igualmente el uso tan extendido de la palabra “tesoro”, que suele venir acompañado de vocablos como “atesoramiento”, “joya”, “secreto”, “botín” o “trofeo” y de expresiones como “amasar”, “acopiar” o “caja fuerte” que pueden servir todas ellas para ilustrar una imagen del museo entendido como un sagrario para depositar las excelsas muestras de un patrimonio cultural, considerado éste como símbolo de una determinada cosmovisión. Y que, apelando a la pasión más que a la razón, se acerca tanto a los nacionalismos excluyentes que, bajo la falsa apariencia de la identidad, se constituye en elemento divisorio más que en factor de integración. “Lo tengo yo hablado con todo el pueblo. Pregunte, pregunte por ahí, si quiere”.

La literatura museal siempre ha tenido como antecedentes de los museos, entre otros, a los tesoros de las iglesias medievales, pensados para albergar objetos con valor económico o simbólico, a las colecciones reales, para el disfrute personal y muestra de estatus, o a las acumulaciones de los eruditos renacentistas, como repositorio humanista para el conocimiento del mundo. Sin duda son magníficos ejemplos de cómo se fueron configurando las colecciones de objetos en el pasado, pero actualmente no podemos equiparar estas taxonomías a los que significan los museos hoy en día. Las instituciones museísticas actuales buscan su camino como lugares de acción social y participación humana, de modo que percibirlos como meros relicarios envía un mensaje reprochable. Los ciudadanos hemos confiado su custodia a instituciones y profesionales y si su labor se limita a la acumulación de objetos sin compartirla (ya sea por interés monetario, de prestigio o científico) tendemos a sospechar que en el acaparamiento existe la intención de medrar beneficio en la escasez o en la exclusión. De modo que, detrás del uso de estos términos puede acechar la imperdonable idea de que los museos guardan para sí los bienes culturales que a todos pertenecen y que esto se hace porque no todos somos merecedores de su disfrute o porque se quiere reservar (esta voluntad no tiene por qué ser consciente) para una élite cultural que suele serlo también en lo social. Incluso podría verse un interés en monopolizar conocimientos que, mediante el sacrificio de la transparencia y del acceso universal, resulta en una manipulación del mensaje y en una represión de derechos.

Junto a todo lo anterior también se encuentra uno de los usos del lenguaje que más me fascina. El que ofrece experiencias museísticas bajo la divisa de que son un lujo al alcance del usuario; así, como si fueran alhajas en su estuche (que un poco sí lo son, pero por otros motivos). Naturalmente quedo sobrecogido por estos modos, no diré que sorprendido sin embargo, porque creo que un museo es cualquier cosa menos un lujo. Llevamos más de doscientos años intentando precisar lo que es un museo, sin que hayamos conseguido tener clara una definición del mismo, pero si en una cosa estamos de acuerdo es en que los museos garantizan el acceso universal a la cultura y a los bienes públicos, por lo que son instituciones no excluyentes y asequibles; al menos coincidimos en ello un número importante de quienes estamos pendientes del asunto. 

Asociar a los museos con el lujo es un pensamiento tan tosco como los ya vistos respecto a los tesoros y suele ir también acompañado de frases donde el término museo viene acompañado por otros tan turbadores como “esconder” u “ocultar”. A veces, disimulados entre las líneas de actuación de las políticas públicas, o de los escritos de la prensa, podemos encontrar estos mensajes equívocos que provienen de concepciones exclusivistas de la cultura, nacidas en el ánimo de quien está acostumbrado a poseerla con ánimo hegemónico o cuajadas en el desprecio de quien nunca la ha tenido como un valor prioritario. Que cada cual se interesa por lo que le parece, faltaría, pero eso no significa que haya que obstaculizar los afanes del prójimo.

En resumen. Estamos tan sumergidos en una idea de la cultura construida sobre el mercado, en que toda manifestación o expresión debe generar un retorno económico y en la preeminencia del ocio por encima del disfrute, que hemos terminado por considerar la visita al museo como un bien de consumo, un gasto que solo sabemos valorar en términos monetizables. Y ello en perjuicio de considerarla una inversión en nuestros derechos, un bien esencial al que accedemos de manera participativa, donde nos encontramos para establecer diálogos, proponer debates para entendernos y entender el mundo o donde desarrollar la creatividad. Un lugar al que acudimos a pensar, vivir, disfrutar, luchar, amar, conocer, ayudar, curarnos, unir, estar, ser… Y eso nunca ha estado lejos de nuestro alcance ni debe encontrarse más allá de los medios que un ciudadano corriente tiene para conseguir las cosas. Así que pensar en los museos como un lujo supone pensar en ellos desde la exclusividad, desde la élite cultural, desde una posición de confrontación entre el visitante y el usuario. Y esto es alarmante si sucede porque quienes tenemos la responsabilidad directa de su custodia y transmisión sintamos que nuestro papel es imprescindible en el proceso interpretativo, en lugar de vernos como mediadores.

Mi humilde recomendación es que os quedéis con el afán de usar el lenguaje con precisión, que a lo mejor no hecho más que mostrar mis propios recelos y he creído ver prejuicios donde no había más que florituras narrativas.