lunes, 29 de octubre de 2012

NO NOS RESPETAN


“Recorte”. Después de “crisis” es nuestra palabra preferida, nuestro ademán recursivo. Ambos términos son una especie de mantra depresivo del que no podemos salir, quizá por indolencia o como arma de protección para no desesperar. Recortes que se derivan de la crisis, o que son necesarios para salir de ella y que poco a poco, con sigilo, parecen estar dirigidos a cambiar los modelos socioeconómicos existentes, en busca de nuevas formas, nuevos beneficios. Podas en la Educación, en la Sanidad, en los servicios sociales…, destinadas a que el tronco principal de nuestro árbol social crezca sano y fuerte. Dicen.

Aprovechando esta vorágine también se están cercenando los presupuestos destinados a la actividad cultural. Lo vemos a diario porque vivimos de ésto, pero a nadie parece importarle. Y en estos recortes se trasluce una falta de respeto hacia aquellos profesionales que nos dedicamos a ella. Es lo que pienso pues veo que cuando se recorta en sanidad se hace a base de ampliar horas de trabajo de los profesionales o aumentar guardias, reducir servicios o derivar costes al paciente, reducir instalaciones, instalar el repago... Si es en educación se toman medidas similares, como aumentar las horas del profesorado o la ratio de alumnos, eliminar centros o becas, subir las tasas, etc.

En cultura se hace todo lo anterior, adaptándolo a una realidad propia siempre vulgarizada. Se amplían las horas de los trabajadores y se les “modula” el sueldo, se reducen servicios o actividades, se eliminan programas, centros o instalaciones, se aumentan tasas y precios a la vez que desaparecen las subvenciones, etc. Hasta ahí todo es lo mismo y, posiblemente, razonable; al menos tiene lógica. Pero solo hasta ahí. Porque en cultura, además, no se pide que el trabajo se haga más barato, sino que se haga gratis, y porque en cultura se tiende a desalojar a los trabajadores existentes para contratar a otros menos cualificados, lo cual se pretende hacer pasar por sostenibilidad o por acción de fomento de los emprendedores (que en Neolengua significa empresario). Y también estamos rozando la tentación de abusar de becarios y voluntarios. Parece difícil de creer pero ¿acaso cambian a los profesores por becarios, a los médicos por voluntarios, o hacen las carreteras ingenieros en prácticas? Cuando veo estas dinámicas tengo la tentación de proponer a los políticos que dejen su puesto para que lo ocupe un voluntario o un becario. En aras del ahorro, por supuesto.

Naturalmente me estoy refiriendo a la actividad cultural creada, organizada o gestionada por las administraciones públicas. Y a ambos lados de tan amplio y diverso asunto, ya sea como instigadores y/o como gestores finales, todos nos hemos tenido que enfrentar, en el ejercicio del trabajo cultural, a ideas preconcebidas que resultan muy negativas para nuestra labor y para el resultado final de las programaciones. Esta banalización de nuestras profesiones la explica excelentemente Gerardo Neugovsen en este post.

respeto

Esas ideas se patentizan perfectamente en esa expresión tan recurrente de ¡Al fin y al cabo de cultura sabemos todos! Yo la he oído en boca de altos, altísimos, cargos. Evidentemente de cultura sabemos todos; es nuestra, nosotros la heredamos, transformamos y transmitimos, y no queremos sustraernos a participar en la labor común de construirla y compartirla. Pero, claro, ellos se refieren a otra cosa; lo que quieren institucionalizar es la idea de que cualquier persona que haya sido usuaria, creadora o consumidora de actos culturales, al menos una vez, ha desarrollado capacidades para gestionar cualquier ámbito de la misma. Este criterio universaliza y vulgariza de manera perversa a la gestión cultural pues es difícil encontrar a alguien que no lea, pinte o escriba, filme o fotografíe, escuche música, baile, vaya al cine, al teatro o al circo, visite museos y exposiciones o consulte un archivo, entre otras actividades posibles.

Siempre he pensado que los dirigentes en las organizaciones públicas deben tener formación técnica relacionada con el ramo en el que ejerzan, y si entendemos que para otros sectores esto es válido, tanto o más debe serlo en otros ámbitos de la Administración. Claro que contra esto hay criterios y opiniones diversas y siempre hay alguien que se encarga de apuntar la existencia de grandes gestores con capacidad de organizar y dirigir excelentes equipos de trabajo, independientemente del ámbito en el que desarrollan su gestión. Para mí este tipo de personas no existe y la leyenda de su existencia deriva, por ejemplo, de mitos como el de SuperLópez, aquel ingeniero español que se convirtió, por mor del márketing, en el modelo español de gestión. La leyenda del supergestor, en definitiva, es otra trampa de los mediocres y de los que culebrean entre el poder político para acumular puestos directivos y margen de decisión, y creo que está relacionada con el desprecio político al funcionario, con el deseo de los partidos de manipular la Administración. 

Y como de cultura sabíamos todos hemos seguido un modelo basado, con demasiada frecuencia, en imitaciones y en soluciones fáciles. Esto significa que un criterio habitual de trabajo en el mundo de la cultura haya sido la sublimación del “que inventen ellos”, de modo que lo que le funciona al vecino a nosotros también nos funcionará. Y esta manera de actuar se ha visto favorecida por una escasez de análisis crítico por parte de los profesionales (ya sea por indolencia, ya sea por interés, ya sea por incapacidad para encontrar canales de expresión) y parece ser nulo por parte de lo usuarios. Al final ha primado el interés político por encima de otros principios -que todos conocemos o deberíamos conocer y reclamar-, y se han creado infraestructuras y soluciones sin viabilidad técnica, excesivamente condicionadas por lo impactante y lo fácilmente explotable como producto electoralista. Por este motivo los supergestores se han venido arrojando en brazos de quienes podían proporcionar de manera “limpia” y rápida la actividad cultural; eso sí a costa de no disponer de techos de gasto, con tramitaciones a menudo opacas, y con una irracionalidad nunca sostenible.

Por eso denuncio la escasez de profesionales entre los cuadros directivos que gestionan la cultura en las administraciones públicas y manifiesto que esto sucede porque quienes los eligen no nos respetan. En los momentos que corren estoy convencido de que ha llegado la hora de los técnicos y de los profesionales, pues solamente nuestro trabajo y nuestra formación técnica pueden conseguir que la cultura salga del abismo en el que se encuentra. Demandemos respeto para nuestra labor y para la de nuestros colegas en su carácter de gestores culturales profesionales, fomentemos el debate sobre la gestión profesional de la cultura a través de múltiples canales, que los hay, y digamos a las administraciones que sabemos lo que están haciendo y que no lo vamos a permitir por más tiempo.

lunes, 22 de octubre de 2012

DEL RECORTE A LA CENSURA


El otro día fui objeto de censura. Algo de lo que oí hablar mucho de niño y que creía propio de épocas pretéritas. Últimamente se oye hablar mucho de recortes pero pensaba, ingenuamente, que se referían a otra cosa. ¿Y qué sentí? Indignación, naturalmente, y mucha pesadumbre. No tanto por la mutilación en sí que, sinceramente, no es algo que me haya sorprendido, sino porque se hizo sin consulta previa. Por la alevosía en definitiva.

Últimamente he colaborado con una revista cultural digital que pretende vitalizar el “consumo cultural” en Castilla y León a través de recomendaciones que hacen profesionales de la cultura, aunque no se descarta la participación de otras personas interesadas; por el momento al menos. En el número de septiembre-octubre de 2012 quise recomendar una lectura bien conocida, la trilogía mosquetera de Dumas, porque este verano tuve el antojo de volverla a leer y porque me pareció que podría ser interesante rescatarla del olvido.

En mi relato la idea era explicar que la literatura de siglos pasados es tan entretenida e interesante como algunas novelas actuales de éxito que tienen ambientaciones similares. Asimismo pretendía lanzar un mensaje alegre ante la crisis y animar a la gente para que lea, (aun sabiendo en mi fuero interno que entre crisis, recortes e ivas la gente trata de encontrar la literatura reciente en las bibliotecas públicas. Que para eso están por otra parte).

Pues bien, todo este propósito se vio cercenado en tosca manera por la eliminación de una breve frase de mi texto. Así, sin avisar, sin preguntar, sin darme la oportunidad de que pudiera corregir, matizar, modular, o incluso retirar el texto. Considero que era mi derecho y mi decisión, pero parece ser que las prisas y ciertas cautelas innombrables decidieron por mí. Si me cambiaron hasta el título.

No me extenderé en la cuestión. Lo más fácil es que leas a continuación mi texto, donde he destacado en rojo la frase eliminada para que juzgues por tí mismo. Si tienes deseo morboso puedes ver al tullido en este enlace.

HERRETES

¿Sabes quiénes son Planchet, Grimaud, Mosquetón y Bazin? Si no lo tienes claro seguramente te suenen más sus amos los mosqueteros D'Artagnan, Athos, Porthos y Aramis, e incluso puede que tengas recuerdo de un asunto con unos herretes, una reina, un duque y un cardenal, si bien es cierto que esa no fue su única aventura.

Pertenezco a una generación donde no había televisión durante las mañanas veraniegas, así que algunos dedicábamos ese tiempo a leer con avidez todo lo que caía en nuestras manos. Tampoco teníamos tantas bibliotecas públicas como ahora, pero yo tuve la suerte de disponer de un buen número de libros de la Enciclopedia Pulga, una colección de Ediciones G.P. que mi padre tuvo el buen tino de iniciar y en la que abundaban los clásicos de aventuras. Así que ya tenía bastante trillados a Salgari o Verne cuando cayó en mis manos la trilogía que Alejandro Dumas escribió en 1844. Los tres mosqueteros, Veinte años después y El Vizconde de Bragelonne fueron los libros que señalaron mi infancia con mayor hondura, y son muescas imprescindibles en el marcapáginas de cualquier lector que se precie.

Sé que estamos en crisis y que las bibliotecas no renuevan su fondo bibliográfico en la medida que todos desearíamos, pero no te preocupes si en la biblioteca no han adquirido la última de Alatriste. Acabo de tener el gusto estival de releer estas novelas y te las recomiendo porque en ellas encontrarás, igual que Aramis, “buenos padrinos para un duelo, amigos a toda prueba para un asunto grave y compañeros alegres para una broma”.