viernes, 4 de abril de 2025

MENUDO PELICULÓN

Se acaba de anunciar la creación del nuevo Museo del Cine. Al parecer el nuevo proyecto tiene como objetivo crear un centro expositivo que sirva de referencia de la actividad cinematográfica española. Para ello se ha cedido a la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España el antiguo edificio del NO-DO, que según dice el comunicado del Ministerio de Cultura «será rehabilitado para su nuevo uso, permitirá la exhibición y conservación del patrimonio cinematográfico».

Pues hay tantas cosas que decir que no sabría cómo empezar. Y es que además no son buenas la mayoría. Entiendo como positivo y bien destacable que exista el propósito de crear un museo dedicado a «la preservación, compresión, valorización y celebración del patrimonio audiovisual español», que ya iba siendo hora, pero encuentro muchos claroscuros.

Empezaremos por una sucinta y básica clase de museología. Cualquier profesional del ramo conoce el clásico mantra de que los elementos constitutivos del museo son contenido, continente y público. La cosa es mucho más complicada, por supuesto, ya que cualquier disciplina evoluciona y aunque el adagio ya está superado nos viene de perlas para empezar el análisis de la propuesta presentada. Vemos así que el futuro museo parece tener edificio: el del NO-DO. Se habla de algo parecido a una colección: archivos de cineastas como Jaime de Armiñán o Iván Zulueta y hasta 70.000 negativos del noticiario propagandístico, ahora en la Filmoteca Española. Y el público, pues ya vendrá.

Edificio del NO-DO

Pero normalmente se olvida que a esas tres patas que sostiene el museo hay que añadirlas una cuarta: la planificación. Y eso es lo que no parece verse por ninguna parte, la existencia de un plan museológico que es el documento en el que se describe la rentabilidad social y cultural del museo y donde se certifica que cumple los requisitos para desempeñar las funciones y misión que le corresponden. Es también el documento que permite establecer un método de trabajo y una herramienta de gestión. Esto, amigos, es primordial a la hora de crear un museo.

El problema radica en que estamos acostumbrados a que se hagan museos desde el tejado y Dios proveerá. Pero si bien es cierto que es habitual encontrarse anuncios como el que nos ocupa, no es frecuente que proyectos tan poco hilados provengan del Ministerio de Cultura. Mireusté, que lo haga el alcalde de Matalaspocillas en las antiguas escuelas con fondos FEDER y apoyo de la Diputación o de la Administración de la Comunidad Autónoma puede ser. Pero no es admisible que el señor ministro diga que anunciamos «el acuerdo para ceder el edificio. A partir de aquí, hay que concretar un proyecto, una museografía, ver las necesidades financiera y tomar las necesidades», o que el director de la academia de cine diga que «es un trabajo ingente, que nos va a llevar meses y años y que merece muchísimo la pena. Las ideas que tenemos sobre el futuro del museo están poco definidas, hemos empezado a hablar ahora». Al menos no lo anuncies hasta haber avanzado un poco más.

Suelo tener como referente la labor de los profesionales de museos del Ministerio de Cultura, Subdirección General de Museos mediante, y me desazona que ahora se nos coloque en la mesa un «museo de temporada». Y es que da la sensación de que este ministro ha mandado a los gregarios a lanzar el esprint electoral y que anda más preocupado de la etapa que de la general. Pues pronto empieza. En otra ocasión alabé la decisión de comenzar la descolonización de los museos españoles, y también he estado de acuerdo en el compromiso para el tratamiento ético de los restos humanos, pero este último anuncio de colaboración parece un recuelo de proyectos arrumbados exigido por la necesidad de estar en el candelero. Las expresiones «resignificar» el edificio y es «la primera piedra, como se decía en los tiempos de Franco, para hacer el Museo del Cine» dichas en la presentación solamente puedo entenderlas como butades nacidas de tal propósito o como un tosco ejercicio de márquetin.

Dicho lo anterior, creo que no tiene por qué salir mal el proyecto. Por ejemplo, nadie daba un duro en su momento por el Museo Nacional de Arquitectura y Urbanismo y ahí lo tienen; con otro nombre y quizá menos ambición pero existe. Estoy convencido que la maquinaria estatal llegará a buen puerto con el proyecto; ojalá lo veamos pronto y sirva fielmente a la misión que se le adscriba. Pero también soy firme defensor de empezar los museos por los cimientos de la planificación museal y de que se levanten de manera ordenada


Pero donde ha caído la noticia como una bomba ha sido en Valladolid. En principio en la prensa local, que como buena exponente del cuarto poder (cuarto y mitad a 25 años del siglo) ha utilizado sus truquillos mediáticos para hincar el diente en los titulares. Con meros propósitos de cazaclics, sin duda, pero que han hecho pupa a uno y otro lado de las bancadas políticas de la urbe. Como si no lo supieran. Así que andan los unos diciendo que la culpa es de quien promete y no trabaja y los otros señalando que la culpa es de quien pudiendo hacer no ha hecho. ¿Traducción? La oposición del PSOE dice que el ayuntamiento debería haber trabajado más para conseguir que el museo viniera a Valladolid y el gobierno municipal del PP-VOX dice que habiendo dos ministros de Valladolid en el gobierno estos podrían haber forzado la situación para arrimar el ascua a la sardina pucelana. No se arrojan bobinas de película porque no las tienen a mano.

La verdad es que prensa y políticos tienen mucho de qué avergonzarse. Los medios de comunicación por publicar en sus portadas que Madrid ha arrebatado el proyecto a Valladolid, pues esto no es cierto de ninguna de las maneras como se puede observar con una miradita a las hemerotecas. El ministerio lleva hablando con la Academia desde al menos 2017, cuando ya el alcalde anterior expresaba en sendas cartas al entonces ministro popular «desde el Ayuntamiento de Valladolid quiero transmitirte nuestro interés en postular a mi ciudad como sede de dicho Museo». Además, en buena lógica un museo nacional del cine debe estar donde se aúnan geográficamente el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, la sede de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, la Filmoteca Nacional y un edificio disponible con unos antecedentes tan potentes como los del NO-DO. Que está bien que se repartan territorialmente las instituciones estatales pero descentralizar por descentralizar no es buena idea.

Y los políticos de ambos lados porque ni ellos mismos se aclaran. Ya hablé en su día de sus propuestas electorales y allí decía que no estaban suficientemente trabajadas y menos definidas. Estos partidos (el tercero ni siquiera tenía programa) hablaban de una institución museística dedicada al cine, al audiovisual y a lo interactivo. No sabemos muy bien qué querían hacer (ellos tampoco, seguramente), pero sabemos que se quería hacer algo. Esto es algo chocante porque da la sensación de que quienes redactan los programas piensan que las simples reclamaciones o aspiraciones tienen presunción de tangibilidad y que su expresión en papel sirve para que el resto de las instituciones se den por aludidas o para que los proyectos salgan como hongos después de una tarde de lluvia. Si esto es la política actual poca utilidad tiene.

Cierto es que el partido opositor puede jugar la baza de que lo suyo era una propuesta y que al no haber sido agraciado con la mayoría de gobierno no tiene responsabilidad sobre su conclusión. Incluso puede argumentarse que aunque sus gestiones tampoco tuvieron éxito al menos han tenido la suerte de que durante su legislatura seguía habiendo posibilidades de que el museo recalara aquí. Y sí, manifestó apoyo a la propuesta del actual ayuntamiento, pero en la actual política a base de blancos y negros que nos regalan los munícipes electos no era de esperar que hubiera más grises que el premioso apoyo a la moción municipal solicitando al Gobierno de España la ubicación en Valladolid del Museo Nacional del Cine y el Audiovisual. En definitiva, y aunque sea de manera nimia, puede escurrir un poco el bulto.

Pero también es cierto que quien se lleva los laureles del gobierno municipal ve sus propuestas convertidas en compromisos de manera automática y que no puede pretender que basta con promover una iniciativa para que esta sea atendida; por mucho que el apoyo sea unánime. Los éxitos se fraguan mediante trabajo y si no se tienen bastantes medios se concitan voluntades. Y Valladolid tiene entre estas a la Uva, con la cátedra de cine; a la Cámara Oficial de Comercio e Industria, con sus posibilidades de financiación; a la SEMINCI, un recurso publicitario como ninguno; a la Valladolid Film Comission, una oficina destinada a favorecer proyectos audiovisuales, etc. No bastaba con promover la moción y su traslado al Ministerio de Cultura, sino que habría que haber buscado una sede (me gustaría, por cierto, saber en cuál estaban pensando), hilvanado un proyecto sólido, garantizado apoyos suficientes y quizá, solo quizá, se podría haber conseguido el proyecto. La cosa es así; puedes tener un sueño y te puedes dejar los cuernos en ese proyecto, pero aún así te puedes quedar sin él. Y aunque nada te asegura el éxito al menos hay que buscarlo pues lo único seguro es que la indolencia te acaba pintando la cara. Y esta cara quizá habría que buscarla en la concejalía competente que yo, a día de hoy, soy aún incapaz de determinar.

Pero la verdad es que ni unos ni otros han aprovechado que la cartera ministerial perteneciera a su mismo signo político cuando tuvieron la oportunidad (suponiendo que sea veraz la hipótesis de que se puede influir en un ministerio, así, tan alegremente, con media docena de visitas a la capital). Y me sume en la tristeza comprobar que mi ciudad sigue siendo así de provinciana. Claro que me gustaría tener otro museo nacional de envergadura, pero a falta de nuevos proyectos podríamos apoyar un poco más a los que ya tenemos. Claro que empieza a hartar que Madrid se vuelva a quedar con otro gran proyecto, pero para luchar contra todas las ventajas que culturalmente tiene hay que usar las armas de la iniciativa, el trabajo, el talento y la cooperación. Claro que se trata de una reivindicación histórica, pero hay momentos en los que es necesario darse cuenta de qué cosas no son posibles y avanzar. Claro que la ciudad tiene una posición relevante en la cultura española, pero no la vamos a defender con luchas intestinas que solamente resuenan en la cámara de eco de las redes sociales o sacando pecho por aparecer en el ranquin de un observatorio que cada año aparece precisamente para eso. En materia de museos, al menos, les falta calle.

Parece que algunos pensaban que el proyecto anhelado del museo del cine en Valladolid se iba a construir del material del que están hechos los sueños, remendando la legendaria y muy cinematográfica frase de Sam Spade. Pero la verdad es «que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son».

miércoles, 26 de febrero de 2025

RASCAYÚ EN LOS MUSEOS DEL MINISTERIO

El último charco en el que se ha metido el Ministerio de Cultura es el de la Carta de compromiso para el tratamiento ético de restos humanos en los Museos Estatales adscritos y gestionados por la Dirección General de Patrimonio Cultural y Bellas Artes del Ministerio de Cultura que podéis descargar aquí.

Charco digo porque el asunto tiene todos los ingredientes para ser pasto de los opinólogos profesionales que infestan las columnas de la prensa patria (infestar, por cierto, no es insulto sino la cuarta acepción de la palabra en el diccionario de la RAE). De momento no parece que los columnistas hayan advertido el verdadero y ¿oculto? potencial de esta decisión que, por otra parte, no hace sino incorporar criterios museológicos modernos a los grandes museos estatales. Pero es posible que ante el folio en blanco los escribidores acaben atacando este compromiso como una nueva imposición «woke» repleta de revisionismo y de gestos dictatoriales del progresismo. Sobre todo cuando se percaten de que este nuevo marco ético es un paso más en la descolonización de los museos por la que viene apostando el Ministerio de Cultura desde que se hizo cargo el ministro actual.

Ya escribí en su momento algo sobre esa cuestión (lo podéis consultar aquí) y entonces manifesté que la descolonización no solamente tiene que ver con la procedencia y destino de objetos de museos sino que implica la revisión de asuntos tales como las presentaciones con restos humanos. Sobre estas cuestiones los museólogos tenemos la obligación de fomentar debate, ya sea en el seno de los museos o en foros profesionales como el ICOM, lugar este en el que luego se generan los documentos comunes que guían la práctica museística. De uno de estos títulos, el Código Deontológico del ICOM, proviene este reconocimiento de los restos humanos custodiados en los museos que «deben ser tratados con respeto y dignidad, y de conformidad con los intereses y creencias de las comunidades y grupos étnicos o religiosos de origen». De aquí deviene su renovado significado no sólo como huellas biológicas sino como «vestigios de personas fallecidas que fueron separadas de su contexto funerario, sagrado o doméstico».

Esta reflexión de la comunidad museológica, y no otra, es la razón por la que ahora se presenta esta nueva visión de los restos humanos en el ámbito de las presentaciones museales. Y tiene bastante importancia porque al implicar a los museos públicos más importantes de España se establece una cierta ascendencia sobre el resto de los museos públicos, empezando por el resto de los museos estatales, gestionados fundamentalmente por las comunidades autónomas, y alcanzando a todos los que dependen de entidades locales, fundaciones públicas o incluso aquellos centros privados que reciban ayudas públicas. Evidentemente es mucho más fácil decir que hacer y la existencia de pautas adoptadas por el Ministerio de Cultura no implica que el resto de estos museos sostenidos con fondos públicos siga ese ejemplo; ni siquiera que, aun teniendo la voluntad de hacerlo, dispongan a corto y medio plazo de recursos suficientes. No obstante, las administraciones deberían plantearse la adopción de programas de reserva de restos humanos y la regulación de su presencia en los museos de financiación privada. No hay prisa para ello, pero no debería haber pausa.

Pero vayamos por partes (nunca mejor dicho) y resumamos a qué restos nos estamos refiriendo y qué implicaciones conlleva. En resumen, la Carta afecta a todos los restos físicos de la especie Homo sapiens, así como los objetos en los que se incorporaron conscientemente restos humanos, excluyendo aquellos en los que se pueda determinar razonablemente que han sido ofrecidos libremente o bien desprendidos del cuerpo sin modificar el mismo. Para concretar, el documento también señala los compromisos que se adquieren y ello atañe a un principio general de no exhibir públicamente restos humanos; a la valoración para la toma de muestras y tratamientos de conservación-restauración; a la manipulación, custodia y acceso en almacenes; a la investigación sobre los restos; y, finalmente, a la toma de imágenes. Resulta importante destacar que se deja abierta la excepcionalidad en la exposición pública para casos muy concretos; una solución que parece la gatera por la que colar la discrecionalidad que tanto nos gusta a los españoles.

Al igual que ocurre en cualquier definición existen aquí infinitas variables e interpretaciones y ello nos puede a llevar a preguntarnos qué fósiles de los yacimientos de Atapuerca entran dentro de esta categoría y cuáles quedan fuera (dejo para los expertos las disquisiciones sobre especies, subespecies y demás) y si en todos los casos se debe aplicar el mismo criterio sobre su exposición. Pero no queda la cosa ahí, porque la interrogación se extiende a todo tipo de momias y cuerpos disecados, vestigios de enterramientos, relicarios y reliquias, restos en formol, cualquier espécimen anatómico, etc. Si quieren ejemplos de cómo se tratan ahí fuera estos temas pueden acudir al recurso Regardingthe Dead. Human Remains in the British Museum o consultar HumanRemains and Museums: A Reading List.

Tumba de tégulas tardorromana de Niharra. Museo de Ávila. Foto de FLAVIVSAETIVS 
Archivo disponible bajo la licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International.

Aunque, una vez más, España llega tarde a debatir estas cuestiones, resulta gratificante que el Ministerio de Cultura vaya incorporando los modernos criterios museísticos a la gestión de los centros de su dependencia. No faltarán las voces que señalen que no deberíamos gastar recursos en estas cuestiones menores cuando existen grandes necesidades y carencias en infraestructuras, medios y personal. Sin duda están en lo cierto a la hora de poner foco en esas insuficiencias, pero ese no es el debate en este caso. Bien está hacer lo que hay que hacer y no podemos coartar el impulso a iniciativas valiosas bajo el pretexto de una cuestión de prioridades. Cada demanda tiene su pulso, su recorrido y sus soluciones y estas solamente se pueden entender en términos de valoración técnica y de oportunidad.

A propósito de todo lo que hablamos cabe una reflexión sobre el uso actual de los restos humanos en los museos y las alternativas a su desaparición de las salas de exhibición. Los museos utilizan las colecciones para contextualizar un momento histórico o un conocimiento determinado y la relación del visitante con los objetos, ese «contacto directo», es irremplazable. Ninguna reproducción, sea cual sea el recurso técnico que la genera, puede reemplazar este vínculo, y cuando este se complementa con el acto interpretativo que facilita el museo, cuando la experiencia ante la obra permite adentrarse en el aura del objeto, se sublima una vivencia formada por emoción y exclusividad. En definitiva el bien cultural se llega a convertir en fetiche, si no lo era ya, y es precisamente ahí donde se encuentra el mayor valor que el visitante pude conceder a un objeto, ya que lo eleva a categorías distintivas, preeminentes, y lo incorpora a su propio imaginario. No es de extrañar por ello que en las salas del museo tendamos a una especie de iconolatría que nos lleva a venerar los originales por encima de las copias. Cuestión que no tendría mucha importancia a menos que nos lo indiquen expresamente, ya que dudo mucho que la mayoría del público sea capaz de distinguir entre el auténtico Cráneo número 5 y su reproducción.

Y en este mismo rumbo fetichista se encuentra la controversia de las reclamaciones patrimoniales, de las que también hemos hablado; véase aquí. Las demandas de restitución se hacen siempre sobre objetos muy concretos, y están destinadas a afianzar convicciones políticas, fundamentalmente nacionalistas, que rayan más en el sectarismo que en la formación de una identidad común. De este modo se comprende mejor que la primera reacción política a la propuesta ministerial haya venido de Canarias al manifestar los máximos responsables del Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria y del Museo de la Naturaleza y Arqueología de Santa Cruz de Tenerife (un director de museo privado y un doctor en medicina experto en momias, por contextualizar) que para guardar en un almacén la momia de Erques, retirada de la exposición permanente del MAN, mejor la exponen ellos. Si a ello añadimos las expresiones "es inadmisible" o es "una ofensa para todos los canarios" emitidas por la presidenta del Cabildo de Tenerife observaremos mejor los flecos tan largos que cuelgan de la decisión del Ministerio de Cultura.

En la timba de la política cultural (siempre más política que cultural) a cada cual le toca jugar sus bazas y tener cuidado de cuándo se juega un triunfo, de cuándo se arrastra y qué cartas quedan por salir. Decir que la momia está mejor expuesta que en un almacén se puede rebatir con el argumento ya expuesto de que nadie va a saber si expones originales o copias a menos que lo digas. Pero también es cierto que si la momia tiene que ir a un museo a ser expuesta qué menos que vaya a un referente mundial en lo que se refiere a la conservación de este tipo de restos. Y a la vez, aunque el Ministerio de Cultura quisiera ceder la momia a un museo canario los términos del depósito encontrarían difícil encaje para un uso contrario al marco ético que rige tus propias colecciones. Muchas veces la suerte que tenemos es que la voluntad política oportunista y espuria choca con los criterios técnicos o encuentra trabas administrativas ineludibles.

Es evidente que es más impactante un sarcófago con muerto dentro, que las diferencias físicas entre un neandertal y un sapiens se observan mejor contraponiendo sus cráneos, que un relicario sin taba no ilustra del mismo modo la devoción por la santidad, que el concepto de vida eterna y divinización de los egipcios no se plasma igual sin la momia de Ramsés II... Todo ello es cierto, pero también es innegable que en la mayoría de las ocasiones la experiencia de la visita se puede lograr igualmente con diversos recursos que no sean los objetos originales. Por ello es plausible la iniciativa del Ministerio de Cultura; porque ha seguido las recomendaciones de los organismos internacionales en materia de museos, porque es de sentido común y porque, como dice la canción, «Rascayú, cuando mueras, ¿qué harás tú? Tú serás un cadáver nada más».